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    Ensayos

Eduardo Pimentel Cáceres

 

 

CON ABULIA NO HAY DILETANTISMO

 

El abúlico es aquel ser que ingresa, desarmado a la lucha por la vida, o bien no usa ninguna arma en los choques con los obstáculos que presenta toda existencia.

 

Abúlico es aquel que pone la primera piedra siempre, la última jamás.

 

Abúlico es aquel, que empieza una y otra jornada, sin concluirla nunca.

 

Abúlico es el arquitecto que diseña muchas obras pero no ejecuta ninguna.

 

El abúlico, es aquel, en cuya contextura psíquica, no tan solo faltan, los inmensos caudales volitivos de las grandes personalidades, sino hasta los modestos pertrechos de carácter que acompañan al común de los mortales.

 

La bibliografía de gran parte de los abúlicos se podría resumir así: Niñez, majadera , voluntariosa y desobediente.

 

Adolescente ocioso, irresponsable sin norte.

 

Adulto, fracasado, sin profesión, sin plan, ni meta.

 

El abúlico es enemigo de todo diletantismo o afición a los valores culturales y primordialmente estéticos, como la música, la pintura, la poesía etc. El abúlico extirpa de si todo germen de diletanismo, porque es incapaz de encadenar esfuerzo tras esfuerzo hasta llegar a la meta propuesta.

 

Por su falta de contracción, método y persistencia, su presencia en cualquier centro formativo es perjudicial por el mal ejemplo de su comportamiento como discente e ineludible interrogante sobre la capacidad profesional y dotación didáctica de cuanto profesor le toca educarlo.

 

Es perjudicial para sus condiscípulos porque el mal ejemplo arrastra a la juventud hacia el lado “no esfuerzo”, ocio y holganza a la mayoría en general y a los inconstantes en especial.

 

El abúlico con su inconstancia, su falta de responsabilidad y su patológica indiferencia a toda acción, va sembrando el desaliento y hasta llega a convencer, a los demás si tiene facilidad de palabra, de que es inabordable para todos o la mayoría, interpretar una página de Beethoven; hacer una replica pictórica de un Rafael, o imitar siquiera una escultura de Miguel Ángel De esta manera, le será fácil fundar una escuela dentro de otra escuela, la escuela: de la HOLGANZA.

 

Y los profesores por alta preparación que posean, no tendrán los mismos atributos que el Rabí de Nazaret para decir a los muertos para el éxito en toda su dimensión: ¡LAZARO LEVÁNTATE!.

 

Un alumno Abúlico, sin voluntad, es un injusto lastre para el curriculum de cualquier MAESTRO.

 

Si bien es cierto que un buen profesor puede promocionar buenos alumnos, también es cierto que un mal alumno puede ocasionar el desprestigio profesional de muchos DOCENTES.

 

Por otra parte llama la atención que estos alumnos tengan una proclividad casi innata para el sofisma, expertos en su seudo dialéctica se ufanan en convencer a sus oyentes y mejor a sus amigos y parientes, que ellos con un buen profesor serían émulos de Chopín si son músicos; rivales de Rafael si son pintores; o contrincantes de Miguel Ángel si son escultores. Al decir si son… Queremos decir, si están merodeando entre los alumnos de esas actividades artísticas.

 

Silogizan con ingenuidad, que provocan el llanto, al decir por ejemplo; los alumnos son buenos o malos según el profesor: Es así que yo soy malo; luego el profesor es malo. Tamaño absurdo no merece pues mencionarse sino entre las curiosidades del léxico sofista. Porque un alumno de cualquier aprendizaje no es, ni lo será nunca, mero recipiente de conocimientos, destrezas o habilidades propios de un ser racional, dotado de memoria, entendimiento, voluntad, etc.

 

Estas facultades impelidas al desarrollo, con orden, constancia y didáctica, culminarán siempre en metas insospechadas y mejor, si es bajo la dirección de un maestro eficiente. De otro lado, la holganza del abúlico en maridaje detestable con la irresponsabilidad de un profesor inepto, sin aspiraciones ni inquietud, cosecharán para sí lo que el desierto o la esterilidad patológica. El estudiante o diletante de cualquier arte, necesita de una condición SINE QUA NON, La constancia.

 

El abúlico no debe esperar albergue en los dominios del arte; en él solo habitan además de los elegidos, los que pueden parodiar las históricas palabras: “La guardia nacional muere, pero no se rinde”.

 

Las inmortales obras artísticas que la humanidad guarda entre sus más preciados tesoros, no brotaron como floración silvestre en la mente o inspiración de genios ociosos; germinaron en la fertilidad de sus disposiciones naturales, regados con sudor y llanto, en miles de horas de trabajo constante.

 

Su vuelo ascendente hacia las cimas de la perfección, no concluye sino cuando les sorprende la muerte.

 

Y la historia, esa maestra de la vida, nos conmueve a algunos, hasta las lágrimas, cuando nos relata la infancia de los grandes artistas, convenciéndonos de que el estudio y trabajo lo puede todo, en artes, ciencias y técnicas en particular, y en general en todas las actividades culturales.

 

Por otra parte, corno partes integrantes de ese TODO que es la sociedad, tenemos el deber de poner nuestro granito de arena en la colosal obra cultural y esto quiere decir, que tenemos que trabajar, sudar con ahínco y plan.

 

De la larga o breve jornada de la vida, no quedarán en nuestro equipaje, sino los logros alcanzados en nuestras horas útiles. Y mejor si nos apertrechamos de armas defensivas para todo combate, de nobles sentimientos en el corazón, de luminosas ideas en el cerebro y de aptitudes eficientes para toda contingencia para no llorar como el rey moro Boaddil, contemplando Granada, perdida para él: y escuchando simultáneamente las cáusticas palabras de su madre que le decía “llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre”.

 

Acontecimientos similares, en hechos y palabras, se parodian diariamente en todo tiempo y espacio, como látigo perpetuo a los abúlicos de todas las edades, sexo y estratos.

 

Y como eco punzante de estas históricas palabras, serán siempre, los rumores que circulan en el entorno de los pusilánimes, indecisos y ABULICOS que no dedicaron tiempo y trabajo constantes, para levantar sus plataformas de éxito o siquiera sus cuarteles de invierno, para el otoño de su vida. José Santos Chocano, el formidable épico, retratista siempre de la lacerante realidad, escribió para los abúlicos de entonces, como de la posteridad, la siguiente conminación “Hecha tu corazón sobre la brasa y miraras al sol sin quedar ciego”. “Querer sufrir es contemplar la altura, empezar a sufrir, romper el vuelo”.”Busca dolores cuando busques palmas, el dolor es el Jordán eterno de las almas”.

 

No es pues masoquismo, el trabajar hasta el sufrimiento,; el estudiar hasta el agotamiento. Si se trata de ser Prometeo, es preciso sufrir cadenas y si se quiere ser Cristo no se eluden las espinas ni la cruz.

 

Sólo el abúlico es la negación de la vida y su proyección hacia la verdad, bondad y belleza.