ENTRE LA REALIDAD Y EL ENSUEÑO
(Testimonio del autor cuanto fue operado en el Hospital HERM
- EsSalud)
En el aeropuerto
Velasco Astete, bajo el impido cielo, diáfano horizonte y punzante frío
del Cusco, se hallaba esa mañana, Mario Luces (el irreducible
panfletario) pálido y angustiado, con medio cuerpo apoyado en su
“seisito” azul, tratando de mitigar el insufrible dolor de su “hernia
discal”.
Su esposa Nairut, Benjamín el Último de sus hijos, y Taniuskaya, grácil
criatura de 6 años, eran los únicos familiares que lo rodeaban ahora,
para darle el adiós de despedida, a Luces, paciente evacuado a Lima por
el Seguro de la localidad.
Tras la previa y
obligada espera al avión, y concluidos los últimos instantes de simulada
serenidad de los que se van y de los que se quedan; vinieron en “cola”
los abrazos y adioses llorosos de Nairut, Taniuskaya y Benjamín, que
derrumbaron del todo, la poca entereza que le había dejado a Mario el
largo e incesante martirio de su dolencia.
El abatido enfermo,
sintió mezclarse en su cara, las ardientes lágrimas de los suyos con los
propios, que resbalaban calida y suavemente por sus flácidas mejillas.
Tras los últimos besos,
lágrimas y abrazos de adiós, Mario subió al avión y se ubicó en
cualquier asiento que no era el “D 1” reservado para él, por el
expedidor de boletos. En cuanto rugió el avión, empezó a sentir los
insufribles dolores de cintura sin posibilidad de alivio. En los 50
minutos de vuelo de Cusco a Lima, Mario, comprendió y apreció, más que
nunca, en la cara y actitud de los viajeros, que la salud, es el máximo
ingrediente de la felicidad humana.
La colosal visión de
las cumbres andinas, no mitigó en nada sus dolores que pudieron ser
menos, si las compañías de aviación y el Ministerio de Salud,
coordinaran acciones, para desplazar enfermos de un lugar a otro del
país, con eficiencia y algo de humanidad.
Bordeando una hora de
viaje, el avión aterrizó en el aeropuerto “Jorge Chávez” de Lima. A
Mario lo esperaban su hija Maria Luz y una ambulancia con médico, a
solicitud y diligencia de la hija.
Fue transbordado del
avión a la ambulancia por su hija, el médico y empleados, y conducido a
Emergencia del Rebagliati. Aquí al poco momento de llegada, el
facultativo de la ambulancia, lo sometió al consabido examen médico,
consistente en: Uno, manipuleo por todo el cuerpo, desnudo. Dos,
interrogatorio embrollado, como de “reportero principiante”, sobre el
qué dónde, cuando, cómo y porqué de la enfermedad. Todo ello según fue
comprendiendo, para la elaboración de la “Historia clínica” del
paciente.
Pasado el chequeo, le
trajeron un simulacro o proyecto de almuerzo:
Consistente en: un
pedazo de pollo anémico, sin sal y una papa hervida.
En la tarde del mismo
día, 29 de diciembre, la inesperada visita a emergencia, del joven
médico de la mañana, Dr. Jaime Peralta lo salvó a Mario de dos cosas:
Una, de que lo dejaran sin el “ademán” de comida. Y otra, de que el
resfriado que traía del Cusco, se convirtiera en neumonía, por la
comente de aire del ventilador, a cuyo lado lo trasladaron después del
simulado almuerzo del medio día. El compartimiento donde lo ubicaron al
llegar; aislado por cortinas, se lo cedieron a una joven drogadicta
habitual, cliente del hospital, según comentaban.
Esta paciente, al menor descuido de las enfermeras, ofrecía escenas de
contorsión, nudismo y delirantes poses pornográficas, que distraían
poco, a los abandonados enfermos y heridos de emergencia.
En horas de la tarde al acercarse el Dr. Peralta, como tenemos dicho,
Mario le reclamó, antes que la comida, que ya se lo habían negado, su
traslado inmediato, a otro lugar, lejos de la corriente del ventilador.
Mario le informó que sufría de bronquitis.
El médico atendió el
reclamo y dispuso, que lo volvieran, a su anterior ubicación,
desplazando a la joven drogadicta a otro lugar.
Al rededor de las nueve
de la noche, lo llevaron a Mario, sin pedirlo él a la sala de
Radiografías. Le tomaron cinco o seis placas, volteándolo para cada
toma, a diestra y siniestra, sin miramientos ni contemplaciones Como a
costal de papas o desperdicios y no como a un ser humano adolorido y sin
defensa.
Al retomo de las
torturas radiográficas, le suministraron unas pastillas, tal vez
calmantes, Mario las deglutió, sumiso y sin replica. ¡¡Unas horas de
permanencia en ese ambiente, más que los dolores de su larga enfermedad
en el Cusco; habían anulado en Mario, su agresividad, su fogoso carácter
y al parecer hasta su orgánica energía!!.
Mientras Mario, sin
pedirlo, escenificaba, lo descrito hasta aquí, en el interior de
Emergencia; afuera en los pasillos y puertas de la misma. María Luz
indómita como su padre, protagonizaba por su parte, otro “drama” de
angustia lindante con la tragedia. La insensibilidad de médicos y
enfermeras, deshumanizados por la rutina diaria, no se conduelen ni
acceden, a las súplicas, ruegos, lágrimas o voces implorantes de los que
sufren…
Como queda dicho, María
Luz recibió a su progenitor en el aeropuerto, y de ahí viajó en la
Ambulancia, al lado de su enfermo padre, hasta Emergencia del Hospital
Rebagliati a las 12 y 30.
Allí en la puerta de
ese dantesco recinto, quedó prohibida, de continuar caminando tras su
enfermo padre, que lo conducían en camilla, con rumbo desconocido para
ella. Aquí sus lágrimas y ruegos, no conmovieron a nadie y menos desde
luego, al atlético portero, para que la dejaran ir tras su enfermo
viejo.
Agotados todos sus
recursos persuasivos, ruegos y lágrimas, controló su desesperación,
momentáneamente. Hasta que por uno de los corredores, hizo su aparición,
el mismo médico que junto con ella recibió en el aeropuerto a su padre.
Al verlo que se dirigía
a ella, corrió a su alcance y sin ningún preámbulo ni protocolo lo
interrogó:
- Dígame por favor
doctor, como se encuentra mi padre?
- ¿Mejor…¿Peor…?
- ¿Por qué me
incomunican?...
Cálmese señorita, le
contestó el médico. Hace poco he examinado a su padre, revisado también
su Historia Clínica, que ha llegado con él del Cusco. Pero aún así,
antes que el especialista lo vea y se pronuncie, no debo ni puedo
adelantar ningún diagnóstico, sobre el caso de su padre.
- Cuándo lo verá el especialista? replicó María
Luz.
- Hoy en la tarde, aseguró el médico.
- Después de ello, me dejarán verlo?
- Desde luego.
- Y por qué ahora no me autoriza verlo solo un
momento?.
- Porque no estoy de turno. Sin embargo volveré
dentro de dos horas, para ver si la hago pasar.
- Gracias Doctor, dijo ella y le extendió la
mano.
Después de este
dialogo, Maria Luz quedó sosegada y optimista. Miró el reloj. Marcaba
las dos de la tarde. Enrumbó a su casa y apresurando el paso cada vez
más, llegó a su hogar que quedaba en Lince, a 15 cuadras del Hospital.
Al ingresar Maria Luz a
su departamento del tercer piso, miró la loca carrera de Rosa Maria, que
venia a abrazarse a ella. La vivaracha y hermosa criatura tenía tres
años y era la adoración de Maria Luz.
Estando acariciando a
su hija, apareció, Rosita, empleada, aya y confidente, que cumplía, con
cariño y eficiencia los quehaceres del pequeño hogar, conformado, por
cuatro personas.
Tras un preludio de
algunas preguntas y respuestas, como variaciones del mismo tema; la
empleada con apoyo de la pequeña Rosa Maria, logró convencer a Maria Luz
(que se había demacrado en pocas horas) a que almorzara algo, antes de
ir a descansar, conforme quería ella.
Sentada a la mesa del
comedor, entre bocado y bocado, Maña Luz refirió a Rosita, las
peripecias, sufrimiento y humillaciones, que había padecido, en esa
“cámara” de torturas, que por disposición cínica de la eterna minoría
gobernante, se llama Emergencia.
Relató desolada, la
muda, inhumana y despectiva indiferencia de cuantos atienden ese
servicio, si así se puede llamar a ese infiernillo de los pacientes.
Allí la maldita rutina, deja a todos, sin entrañas, sin pizca de piedad
ni ardite de comprensión por el sufrimiento humano. El trágico relato,
empezó a provocar paulatinamente el llanto de ambas, que acreció, cuando
Maria Luz, describió el lamentable estado físico de su padre, hasta no
hacía mucho, sano y fuerte. Ahora tambaleante, de cadavérico aspecto. Y
luego el impacto que le produjo su desaparición ante su vista, por los
largos corredores de ese panal de la impasibilidad, sin poder seguirlo
ella.
Después del inconcluso
almuerzo y llanto; Maria Luz descansó una hora, pero sin lograr
conciliar el sueño. Luego se levantó, se arregló y dejando disposiciones
y encargos salió de la casa rumbo, al Hospital.
Iba a tentar suerte,
para ver a su padre, muy posible si el Doctor Peralta, cumplía su
ofrecimiento de horas antes.
Ingresó al Hospital.
Preguntó en primer término, por el Doctor Peralta, mutis… Después por la
enfermera Lourdes Vivanco, mutis… Por el doctor Javier Urquizo, mutis…
nadie abría la boca. No daban razón. Siempre apurados, malhumorados y
permanentemente descorteses e irascibles.
Fracasados sus recursos
de serena investigación; optó nuevamente, el sistema de ruegos y
lágrimas de la mañana. Su estrategia de ruegos no discriminó a médicos,
enfermeras, auxiliares, barchilones y hasta a los porteros. Con tal que
la dejaran pasar a ver a su anciano padre, venido de lejos y poco menos
que desahuciado. Y a la fecha tal vez muerto. ¡Era tanta su angustia!.
Argüía, de que su progenitor no tenía a nadie en Lima, sino a ella. Que
su padre Mario Luces era periodista de gran ascendencia en la prensa
nacional y que pediría y lograría la sanción, para los responsables de
su incomunicación. El era un enfermo, no un delincuente, decía.
Todo era en vano, ni se
asustaban, ni se conmovían. Si alguien se dignaba escucharla, lo hacía
con la indiferencia, de una vaca que ve pasar el tren. Sin interesarse
ni emocionarse. Sin un ardite de curiosidad.
María Luz, agotada y
sin esperanzas, como todas las personas en igual trance de penas y
angustias, encontró solidaridad en ellas. Dentro de esa camaradería;
escuchó en ese grupo de “inconsolables” (así empezaron a llamarse)
comentarios y confidencias de lo que habían sufrido en anteriores
oportunidades como ahora, en el seno de este reducto de la inoperancia,
crueldad, burocracia y discriminación, paradójicamente llamada
Emergencia; eran las 8 de la noche Maria Luz igual que en la mañana
llevaba ya cuatro horas interminables de frustración y espera, en este
barateo del sufrimiento, en que solo se turnaban los actores. Se
encontraba entre los “inconsolables”; un joven alto, blanco delgado con
barba crecida y pelo largo.
También él como Maria
Luz y el resto de “inconsolables” preguntaba a cuantos empleados podía,
por el estado de su madre que había ingresado a Emergencia y no más, lo
dejaban ver, ni le daban a saber nada sobre ella.
El desgarrado joven,
rogaba, suplicaba o argüía increpaba y en veces maldecía y amenazaba.
Pero nada… mutis…
El portero un moreno,
fornido malcriado y rudo de pies a cabeza, se interponía entre los
enfermos inminentes o en ciernes de fuera.
Sin embargo el joven
insistía igual que Maria Luz, igual que todo padre, toda madre, todo
hijo, toda esposa y todo familiar con deudos en Emergencia.
En estas
circunstancias, paso por ahí un señor que con su respuesta, actitud y
comportamiento, enloqueció por indescriptibles instantes, al joven y a
todos los que se encontraban en los pasillos. Lo que ocurrió fue así:
Por una de las puertas que dan a los pasillos de Emergencia, apareció un
hombre de blanco, regular estatura y cara “atomatada”, algunos de los
presentes lo reconocieron como médico y corrieron hacia él. En la
colectiva carrera, el joven de larga barba ganó a Maria Luz, y a todos
los demás “velocistas”. Plantóse ante este enésimo galeno, el joven en
referencia. Desesperado, le preguntó, con voz que era un gemido: Dr.
Cómo está la enferma Rocio Montalban?.. Es mi madre… La traje anteayer y
ahora no me la dejan ver... Soy hijo único. Ella es mi único tesoro... y
vida.
¡Ajá... dijo el
descomunal monstruo humano, que desempeñaba mejor el papel de verdugo
que de médico. Y le espetó, con frialdad de esfinge, las mortales
palabras para cualquier humano… ¡¡¡Vaya a verla en la morgue!!!.
Centelleó un rayo en el cuerpo y alma del repentino huérfano. Y un
pavoroso grito de dolor solidario, reventó en el corazón de los
presentes.
Jorge dio un salto
felino (así se llamaba el joven) para capturar y estrangular al fatídico
médico, sin conciencia, ética, ni humanidad.
Al conjuro del
descomunal grito, que salió del pecho de Jorge, acudieron con presteza,
empleados y enfermeros y lo redujeron, al joven que se había convertido
furia ciclópea. Salvando así, de muerte segura, al criminal médico; que
después de su fechoría se deslizó con rapidez de sierpe, sorteando el
peligro que se le venia encima por dos flancos: del enloquecido joven y
de los presentes que bramaban…
Este trágico suceso que
enfureció y apabulló a los familiares en espera eterna, tuvo la virtud
de recordar al personal de servicio en pleno; que en los nosocomios, las
relaciones humanas son además de virtudes cívicas; específicos o
fármacos inmejorables...
A raíz del escándalo,
para apaciguar a todos, y más a los testigos de los hechos, se autorizó
el ingreso de los familiares a ver a sus enfermos.
En consecuencia,
también María Luz, testigo del trágico acontecimiento, recién a las 9 y
30 de la noche pudo volver a ver a su padre, con quien la incomunicaron
por 9 horas, bajo el pretexto de estar en: “Observación”.
No hubo tal
observación, salvo un examen, del médico que lo trajo del aeropuerto. Y
otro del médico especialista, momentos después del doloroso incidente y
poco antes de la visita de Maria Luz.
La presencia de su
hija, detuvo la desintegración biológica y anímica, del viejo
iconoclasta; Mario Luces. Este erizado de sensibilidad como era, no
admitió alternativas de explicación, por la ausencia de tantas horas de
la hija.
Nueve horas. Desde su
llegada hasta el momento. Se creyó abandonado por la salud, la amistad y
la familia. Con masoquismo, había hurgado durante el día su capacidad de
“resentimiento” y se había repetido así mismo: ¡Estoy abandonado por
todos!... ¡Por todos!!!
. Hasta aquí él
ignoraba, el drama y calvario que su hija, había vivido fuera; tanto
como él dentro...
Ahora con la
explicación y el entrañable beso de la idolatrada hija; recibió también
el certificado y esperanza de supervivencia...
Las lágrimas de
ternura, reiterados besos y dulces comentarios del hogar lejano,
disiparon de su alma y la de su hija, la pesadumbre acumulada en las
desesperadas horas vividas en el día que fenecía.
Cuando el reciproco
relato de las confidencias hogareñas, no compartidas hacia tres años,
empezaban a tonificar el alma y corazón de padre e hija, se oyó la
áspera voz de alguien, que imperativamente notificaba: ¡Hora!...
¡Hora!...
Era la conminación,
para la despedida y el desalojo de las visitas. Padre e hija se
volvieron a abrazar. Y Maria Luz, salió, llevándose todas las prendas de
su progenitor, en cumplimiento de lo que el primer médico, le había
dicho a su padre: ¡Cuide sus cosas!!!...
Al día siguiente, 30 de
diciembre (cumpleaños de Maria Luz), a las 10 de la mañana, apareció
frente a la camilla de Mario Luces, un médico de 60 años de edad, porte
distinguido, blanco, pelo entrecano, ojos azules y talla mediana. Era
según lo supo después, el Dr. Javier Urquizo Ugarte. Connotado
profesional. orgánica y académicamente dotado de aptitudes físicas y
valores morales e intelectuales. Resultaba ser hermano de una compañera
de trabajo, en el Instituto de Cultura, de Mario Luces. El Dr. Urquizo,
habla sido informado, temprano, por Maria Luz, de la llegada de su
padre, su estado de salud, dónde se encontraba y los otros desagradables
pormenores narrados hasta aquí.
A consecuencia de ello,
el famoso médico acordó con Maria Luz, sacarlo de Emergencia, por los
días feriados (año nuevo), gestionándole su alta provisional.
La oportuna y valiosa
intervención del Dr. Urquizo, para sacarlo de Emergencia, llenó de
júbilo a padre e hija. Pues así, Maria Luz el día de su cumpleaños, lo
tendría a su padre enfermo, en su compañía y en su casa.
Mario Luces, por su
parte, estaba feliz de llegar a casa de su hija, el día del natalicio de
ella y libre de EMERGENCIA.
La felicidad se
incrementó, en horas de la tarde, cuando sucesivamente llegaron entre
otros familiares, su primogénito hijo Eduardo y luego su hermana
Mercedes que había llegado del Cusco, esa misma mañana y venia a saludar
a su hermano enfermo y a su sobrina María Luz, dueña del santo… Vino
acompañada por su hija Elsa, médica de renombre en Neo Plásicas de Lima.
Las penas sustituidas
por la alegría, ésta, se trocó en algazara, con música de la tierra,
bebidas y platos típicos. Menudearon los brindis por la dueña del santo,
por la pronta recuperación del enfermo y por la felicidad de los
presentes y ausentes…
En la alegre fiestecita
familiar se altemó la risa y el llanto, el recuerdo y la esperanza hasta
la alborada limeña.
Al término de los días
feriados, obviamente inhábiles, para el trabajo hospitalario; Mano
volvió a internarse, tras gestiones de Maria Luz y el decidido apoyo del
Dr. Urquizo, que consiguió una cama vacante 13 A - 127, en el piso o
servicio de Neurología donde él era el Jefe.
La cama en mención
estaba en una habitación by personal para dos enfermos. La cama que le
tocaba se situaba a un metro de distancia de otra ocupada por un
hemipléjico (paralítico de medio cuerpo). La primera noche de
hospitalización, Mario notó que el enfermo en mención, tenía entre sus
posibilidades de actividad, poder agarrar el “papagayo” (Vaso de noche),
de encima de la mesita, usarlo para la micción y volverlo a poner en su
sitio.
Pero lo hacia tan mal,
que siempre mojaba su cama, para desesperación de las enfermeras y el
olfato de Mario.
En este primer
“alojamiento”, el Dr. Urquizo, previo meticuloso examen, se hizo cargo
del tratamiento clínico de Mario, con remedios específicos que su vasta
experiencia y su amplio conocimiento le aconsejaban.
Mario por su parte,
pese a su deterioro físico, incrementó su curiosidad, por cuanto
acontecía en su entorno y contorno.
Esto le permitió,
constatar por un lado, que los médicos jefes de servicio del Piso o
Departamento, eran, en buen porcentaje, profesionales serios, probos y
competentes.
Por otra parte,
verificó, la incuria, insensibilidad y desgano en el cumplimiento de su
importante trabajo, de un considerable porcentaje de auxiliares,
enfermeras y galenos.
Encontró también, solo
vestigios de relaciones humanas, en gran arte del personal de este
servicio.
Una tarde a las 4 y 30,
hora de comer; su compañero de cuarto, el hemipléjico, estaba comiendo a
su modo, ayudado por su esposa, descendiente de chinos y ya entrada en
años Cuando sin motivo aparente, ella empezó a emitir sonidos extraños,
guturales, como estertores de atorada.
Mario que a la sazón
también comía ayudado también por su hija, se alarmó él, como su hija,
por lo que estaba ocurriendo. Tomó el timbre a no soltarlo. Llamaba al
servicio de turno (que no falta o que no debe faltar).
Mientras tanto Maria
Luz, trajo agua para la señora que parecía estarse ahogando.
El hemipléjico, al ver
a Maria Luz, socorrer con agua a su esposa, con palabras
dificultosamente articuladas, dio a entender, que su mujer era
epiléptica, con accesos de ataques periódicos.
En momentos de entrar
en total crisis, la señora terminó de vaciar toda la comida, sobre la
cabeza, cuello, pecho y cuerpo paralizado del esposo, indefenso por su
estado.
La incesante alarma del
“timbral” de Mario, no mereció reacción o respuesta. Entre tanto Mario y
su hija poco menos que desesperados, por el cuchillo y el tenedor que
blandía la señora sobre su esposo Maria Luz salió corriendo de la
habitación, en demanda de auxilio a las enfermeras o a quien fuere.
Encontró por suerte en
el pasillo al Dr. Urquizo, a quien Maria Luz informó lo que estaba
ocurriendo en la habitación 127. Este, en seguida impartió órdenes. Y en
contados segundos, se presentaron seis enfermeras, casi en tropel, con
visible emulación de mal humor y miradas poco amicales contra quien dio
el “soplo” al médico Jefe.
Dos de las seis
enfermeras asearon al enfermo, otras dos ordenaron la habitación y las
dos restantes se encargaron de la señora que estaba aún semi-inconsciente.
A los tres días de lo
referido, encontrándose sin visitas, tanto Mario como el hemipléjico,
llamado Raúl Santillán; este empezó a rodar de cabeza, suave,
incontenible e inexorablemente de la cama al suelo.
Tampoco esta vez, nadie
acudió oportunamente, pese a los insistentes timbrazos y gritos de
Mario, imposibilitado de auxiliarlo personalmente. No obstante, se
incorporó con la celeridad que le permitía su dolencia y salió al
corredor a pedir auxilio para Santillán. Mientras tanto éste, aterrizó
aparatosamente junto a su cama, botando el “papagayo” y su contenido.
En esta oportunidad,
una señorita a quien Mario encontró en el corredor, había dado aviso a
las enfermeras, quienes acudieron tardíamente a cumplir su deber.
Lo levantaron al viejo
con esfuerzo y poco entusiasmo y lo pusieron en su cama. No olvidaron
esta vez de colocar las barandas laterales, que cuentan los catres, en
que yacen enfermos como Santillán.
Sucesos como los
narrados, fueron los saltantes, en la variada gama de vivencias de
Mario, al quedar inmerso en él, como cualquier paciente, en el micro
mundo especial que constituye un nosocomio. Lugar en donde el que no
“cae resbala” por imperativo de renovadas y multiformes dolencias, que
sufre el hombre en todo lugar y tiempo. Y más en países pobres y sub
desarrollados como el nuestro.
Para el enfermo, que
por primera vez viene de los umbrales de su casa a los de un hospital
particular o del seguro; este mundo es alucinante, insólito,
desconcertarte. No concebible en el espacio y tiempo habituales.
Aquí dentro deambulan,
como espectros hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con su lastre de
dolencias, cadavéricos y deplorables… Lado a lado… .con algunos otros,
que aunque sanos y fuertes físicamente, han perdido la alegría… la
bondad... la ternura humana… la aptitud de saber llorar ante los
sufrimientos humanos. Y hasta sin la fría cortesía de los verdugos…
Y todo, por el diario
contacto con el dolor ajeno, el abandono, la miseria, la orfandad y la
muerte,,. En una palabra por la rutina.
Pero también aquí se
palpa, registra y anota, sin solución de continuidad, la batalla campal
y sin tregua que la ciencia y técnica de los clínicos y cirujanos,
libran contra los letales y agresivos batallones de las enfermedades
humanas.
Aquí el dolor en toda
su dimensión y facetas, democratiza hasta a los presumidos aristócratas.
Domestica a los fieros matones, amos, perdonavidas y verdugos.
Aquí el poderoso Don
Dinero, no pudiendo comprar la vida, se conforma con aplazar la muerte.
Aquí el mas allá se encuentra tan acá, casi palpable en el espacio y
tiempo.
Estando Mario abstraído
en estas divagaciones, en su cama de Neurología, vinieron a notificar su
traslado a neurocirugía. Era disposición de la junta de facultativos,
que se reúnen dos veces por semana para estudiar, casos complicados de
pacientes en los diferentes pisos del Hospital.
En la junta, se dijo,
que el caso de Mario requería la intervención quirúrgica, ante la
ineficacia del tratamiento clínico.
En esta primera
mudanza, fue a parar a la habitación 13B- 225, ocupado por un joven
piurano de 24 años de edad, que dos días atrás había sido operado de
suma urgencia, el mismo día de su llegada. Según contaba. Había sufrido
en Piura su tierra natal, una súbita parálisis total, que solo le
permitía mover la cabeza.
La verificación y
contemplación en “vivo y en directo” de la notable mejoría anímica,
paralela a su recuperación orgánica, de este caso delicadísimo,
constituyó para Mario un decisivo argumento, para convencerse de que el
Hospital del Seguro en que se encontraba, ofrecía mas “seguro de vida
que de muerte”.
Esto le produjo en él,
una bienhechora transfusión de esperanza y optimismo, que dada su larga
enfermedad lo necesitaba, con urgencia y sin plazos.
A estas alturas, al
golpe alterno de optimismo y pesimismo en cada amanecer y atardecer,
empieza a germinar un “modus operandi” en la conducta de cada enfermo,
con relación al compañero de cuarto. Paralelamente, también los
familiares de los pacientes empiezan a confraternizar en el dolor y la
esperanza…
Esta vez Mario, no bien
se estaba reambientando y consolidando los lazos de nueva amistad,
recibió, otra vez la orden de que iba a ser cambiado a otra pieza del
mismo piso y especialidad de Neuro-Cirugía 13B-235.
Esta nueva “migración”,
sensible siempre para Mario como también para Roberto Vega (este era el
nombre del joven piurano) le recordó que el interés y bienestar
particular, están supeditados a los intereses generales, de los enfermos
hospitalizados.
Mario como buen
socialista, no mostró disconformidad con el cambio; mucho más cuando se
le explicó, que dicha pieza y sus camas, estaban reservadas para
pacientes, imposibilitados de valerse por si mismos, como Roberto Vega.
Mario se despidió del
ocasional amigo y colega en el dolor.
Esta tercera mudanza,
no provocó en Mario mayor preocupación por el compañero que le pudiera
tocar. Pues sabía de antemano, que los enfermos como los muertos son
siempre “buenos” Así que el compañero del nuevo cuarto sería bueno, por
el hecho de estar enfermo. Y en efecto lo era, de manera que congeniaron
rápidamente.
Un día, en uno de los
amenos diálogos sostenido entre “inquilinos”, el paciente Pablo (así se
llamaba), refirió a Mario, que era la segunda vez, que se encontraba en
este mismo Hospital y por igual dolencia (hernia discal). Que ahora lo
estaban preparando para operario por segunda vez.
Durante los
interminables días y horas de hospitalización, pre-operatoria, se
relataban confidencias, aventuras, anécdotas, cuentos y mil chascarros
que la quietud y el ocio hospitalario invitaban y ayudaban a evocarlos,
Pablo confesó que era
bancario, apurimeño, radicado varios años en Lima, Casado con
distinguida dama cusqueña y con tres hijos.
Mario por su parte se
sinceró y dijo: Que era músico, escritor, periodista y compositor, sin
permiso o consentimiento de nadie. Casado, hacia 30 años con dama
trujillana, educadora y artista (cantante), con 5 hijos, uno muerto por
la CIA y sus esbirros nacionales, por reincidente en la lucha social a
favor de los oprimidos.
Con confidencias así,
el tiempo se deslizaba imperceptible y gratamente para ambos. Al correr
de las horas y días, el paralelismo de caracteres, aficiones y
costumbres, propios de los hijos del Ande, los estrechó mas, en la
amistad.
El resultado de esta
mancomunidad de ideas y sentimientos fue que, Mario y Pablo, como amigos
de toda la vida, no advertían mucho sus dolencias, en el pesado fluir de
las horas privadas de visita.
Entre el nutrido
intercambio de chistes, cuentos, anécdotas y disparates, muchos de
propia creación, lanzados de cama en cama Pablo contó, muy jocosamente
una anécdota verídica, que le pasó, cuatro años atrás, en su primer
internamiento hospitalario, aL compañero de cuarto de entonces.
Empezó diciendo: Este
era un viejito enjuto, blanco, canoso, de unos setenta años de edad y de
un carácter “endiablado”. A la sazón estaba él en tratamiento pre-operatorio.
-
Resulta que el día
ante-vísperas de mi operación, dice Pablo, entraron a nuestro
cuarto, dos enfermeras; una con un equipo de enema y otra con sus
jeringas hipodérmicas. La del enema, dirigiéndose al viejo le dijo:
-
Voltéese.
-
Para qué, contestó,
amargo el viejo.
-
Para ponerle un
enema, repuso, la enfermera, mostrando la jeringa.
-
A mi? Gruño el
viejo cascarrabias.
-
Si a Ud., conminó,
enérgica la enfermera.
No hubo remedio, el
viejo se volteo de mala gana. Y la enfermera le encajó el litro de
enema, al irascible viejo.
La segunda enfermera
que espectó la escena anterior, ordenó a su vez:
-
Señor, extienda el
brazo izquierdo.
-
Otra vez yo?
replico furioso el anciano. Y para qué?
-
Para sacarle
sangre, señor, declaró la enfermera.
-
Con que fin hacen
esto conmigo, arguyó el enfermo.
-
Para la “Prueba
Cruzada”, subrayó la enfermera.
Pese a sus alegatos y
rabieta, también le sacaron la sangre.
Horas después,
aclaradas las cosas, no era al viejo, a quien tenían que ponerle el
enema, ni sacarle la sangre sino a mi, que me operaban en las primeras
horas de la mañana siguiente, dice Pablo.
Al cerciorarse de
tamaño error, el huracanado anciano, se incorporó de la cama, en
terrible actitud, con miras a meter, según decía, “La bronca del siglo”.
Pero desgraciadamente, el implacable enema le obligó a retomar los
pasos, hacia el cuarto de baño, con más celeridad de lo que su edad se
lo permitía.
Mario y Pablo
festejaron, varios días la bien escenificada anécdota. Sobre todo Mario,
la rememoraba a cada instante, para seguir riendo a carcajadas, como era
su costumbre, cuando algo le había gustado mucho.
Cumplido el plazo
fijado, de días, horas y minutos, la junta semanal de médicos programó
por fin, la operación de Mario, para el jueves 18 de enero. Nada de lo
prescrito para la operación se omitió, ni siquiera el enema.
Solo faltaba que le
extrajeran la sangre, para la “Prueba Cruzada”.
En estas
circunstancias, cuando Mario conversaba con su hija alrededor de la 12
del día, y cuando Pablo estaba por almorzar, entró una enfermera a la
habitación y acercándose a Pablo, le ordeno que extendiera el brazo
izquierdo.
- Señorita, aun no me operan a mí... Para qué la
sangr
- No se señor, solo puedo decirle, que tengo
esta orden, para extraerle la sangre, eso es todo.
- Si es así, ni modo, aquí va el brazo, dijo
Pablo.
Mientras extraían
sangre a Pablo; Mario y su hija comentaban en voz baja. No le estará
pasando lo que al viejo de la anécdota?
Ante la duda, Maria
Luz, salió para averiguar, porqué no le extraían sangre a su padre para
la “Prueba Cruzada”, mucho mas, si faltaban solo unas horas para su
operación.
Cuando se acercaba, al
grupo de enfermeras, en que estaba la jefe, oyó que ésta amonestaba
acremente a la enfermera que extrajo sangre a Pablo y no a Mario, quién
debía operarse momentos después, a las dos de la tarde.
El nuevo error, que
ocasionó otra anécdota a expensas de Pablo, esta vez; fue celebrada con
gran alborozo, por Mario, su hija y el propio Pablo, hasta que llegó, su
esposa Rocío, que al enterarse de lo acontecido se disgustó mucho y
lamentó que lo festejaran el hecho. Puesto punto final al asunto
anterior y cuando estaba en su apogeo, otro momento risueño, a cargo de
Pablo y a costas de Mario esta vez, por la curiosa indumentaria con la
que lo habían vestido para operario; como el “gorrito bebe” que le
habían puesto y que le quedaba “coquetón” según Pablo; entraron las
enfermeras que lo habían aderezado con la vestimenta festejada; a
anunciar, que ya no lo operarían hasta el lunes 22 de Enero,
-
Mario
desconcertado, preguntó; ¿Porqué señorita?
-
Porque el Dr.
Lorena, se ha encontrado con sorpresas, en la delicada operación que
viene realizando en este momento y que se supone tardará varias
horas más.
-
Y terminada ésta
operación, no me pueden operar, señorita?.
-
Por la hora no le
conviene a Ud. Por otra parte Lourdes y el Dr. Lorena han acordado
lo mejor para Ud.
Pese a esa respuesta de
“lo mejor”; Mario y su hija quedaron decepcionados y hasta desolados por
el contratiempo.
Luego entraron
auxiliares de enfermería y desvistieron a Mario del atuendo que le
habían puesto para operario. Y que a Pablo le parecía de panadero,
cocinero, de mozo de hotel, de barchilón, etc.
Al día siguiente de la
frustrada operación: Pablo se libró de otro pequeño error de la
enfermera de turno. El se sabia de memoria sobre el color, olor y tamaño
de las pastillas que le daban diariamente. Por lo tanto, le era fácil
distinguir una extraña, entre las que le trajeron ese día. Al pasarle la
enfermera las pastillas consabidas y otra nueva, Pablo exclamo:
-
Esta pastilla,
parece una hostia señorita.
-
Es una oblea,
repuso la enfermera.
-
Puede ser, esas dos
de costumbre las tomo, pero esa otra no.
-
Porque sin
confesión no acostumbro comulgar, bromeó Pablo.
La enfermera se fue
con la presunta hostia y no regresó más.
Otro día Mario iba a
ser “el agraciado” con el error de la enfermera. Le trajeron dos
pastillas en lugar de la única (fenarol) que estaba tomando por esos
días, según receta médica.
La enfermera de turno
entró a la habitación y acercándose a Mario le dice:
- Sus pastillas señor...
- Mi pastilla dirá Ud. señorita, contesta Mario.
Esta la tomo; pero esa otra no la he solicitado, ni me han recetado.
Mucho más si parece un “supositorio”.
- Pero el médico ha dispuesto que se la dé,
recalcó la enfermera.
- Muy bien. Pero para tomar ese supositorio por
la boca, quiero ver antes la receta médica, señorita; porque sería
la única y primera vez, que me pongan un supositorio por la boca.
Ante este alegato, la
enfermera salió y tampoco volvió.
Experimentadas en carne
propia y festejadas luego, jubilosamente, las anecdóticas confusiones o
errores; cumplían éstos (los errores), sin intencionalidad o propósito,
el benéfico papel de generador de optimismo y alegría de vivir... aun
sufriendo. Anécdotas como las referidas y otras mil, servían a ambos
amigos, para ampliarlos, tergiversarlos y variarlos en mil modos y
formas, y luego colgárselos recíprocamente, o a otros, para jolgorio de
las visitas.
Por todo ello,
contemplado, enfocado, desde una perspectiva informativa, es fantástico,
alucinante y asombroso, lo que ocurre y se vive en ese singular mundo
del nosocomio.
La obra de los médicos
en esos hospitales (excluidos los que solo tienen el nombre), no admite,
por la gravitación en la vida humana, comparación de méritos, con los de
otras profesiones, cualquiera sea el área.
Es indiscutible, que
todas las profesiones y sus “profesantes”, cautelan a su modo, medida y
rol, la compleja marcha y desarrollo de la sociedad humana. Todas las
profesiones, participan, poco o mucho, necesaria o contingentemente en
la realización integral del HOMBRE. Pero solo el Médico, tiene la
capacidad y el privilegio, de desplegar la bandera de la salud y la
vida, sobre los escombros del dolor y la muerte...
Siendo la vida y la
salud, no únicamente el diseño, sino la arquitectura y vertebración de
la existencia orgánica del hombre; es solo competencia de la naturaleza
y del médico, generarla y restaurarla respectivamente.
Estando Mario, ocupado
en semejante soliloquio, se presentó sorpresivamente en la habitación,
el, médico Jefe del piso, Dr. Rubén Lorena, para indicarle, que había
dispuesto, su traslado a la pieza unipersonal 13B-205, donde quedaría
alojado, hasta el día de la operación.
La sorpresiva
separación de los amigos por el traslado de Mario, entristeció a ambos
ocupantes de la pieza; tanto que la despedida, por poco, no desemboca en
llanto. Se abrazaron Mario y Pablo, y se desearon lo que dos hermanos,
el uno para el otro querría, antes de partir con rumbo desconocido y
tiempo indefinido.
Mario se marchó a la
pieza unipersonal, con vista a la calle y encima de la puerta principal
del Hospital.
En tanto a Pablo le
trajeron, como compañero de cuarto a un enfermo muy grave.
Mario pasaba las horas
en esta soledad y nueva situación, sin bromas ni chistes y sin más
contacto con el mundo de los sanos, que las precarias y fugaces visitas
de los parientes y amigos. Un sábado, dos días antes de la operación,
por causas inexplicables y misteriosas de la vida, se apodera de Mario
una súbita desesperación que le indujo a sollozar, como el más
desdichado huérfano. Estando sumido en, este inmotivado llanto, se le
presentó, de un momento a otro la señora Rocío, esposa de Pablo.
Al encontrarlo así,
sorprendida y asustada la señora le pregunté el motivo de tal
desconsuelo. Mario azorado y tratando de serenarse, respondió:
- Me anuncia el corazón, señora Rocío, que algo
malo está pasando a mi hija María Luz, lo presiento.
- ¡Como!... -dijo ella- Ud. ejemplo de serenidad
y buen humor, dejándose llevar por aprehensiones y corazonadas sin
fundamento?.
- La hora de visita de mi bija es a las 4. Nunca
ha fallado. Ahora es las 5 y 30 aún no ha llegado. Algo pasa.
Ante semejante angustia
de Mario, la señora ensayó, sus mejores recursos de persuasión, con el
fin de disipar de su alma los sombríos presentimientos. Como poco
lograba con este procedimiento, finalizó su visita, contándole dos
nuevos chistes, por encargo de Pablo y se retiró, recomendándole
tranquilidad, optimismo y alegría de siempre. Mario agradeció y simuló
quedar convencido, con las abundantes razones de la noble amiga.
Pero no bien salió la
dama, él reinició su interrumpida desolación y lágrimas, sin causa
evidente.
Sin probar bocado de la
comida de esa tarde , ya cerca a las 6 de la noche, trataba de algún
modo meterse a la cama cuando apareció María Luz.
Padre e hija se
miraron, escrutándose mutuamente. Cada cuál trató de descifrar en el
rostro contrario lo que simulaba ocultar, sin poder hacerlo.
María Luz fingiendo
alegría y serenidad, contó el motivo de su retraso y no pudo engañar a
su padre. Ante su confusión y titubeos, él la conminó a que confesara lo
que le había ocurrido en la tarde.
- Nada me ha sucedido papi. Tuve que corregir,
algunas actas de examen de la sección a mi cargo. Eso es todo.
- Eso no es todo, ni parte, hija mía. Lo sé. Me
lo dice el corazón y me lo ratifica la expresión de tu cara, tu
mirada, tus ademanes…
- Perdona papá la tardanza. Y te ruego que no me
martirices, con ideas que te están haciendo sufrir sin razón.
- Nadie tiene asegurada la vida; por lo tanto yo
tampoco, y mucho más si debo operarme pasado mañana.
- Y que me quieres decir con eso papi?
- Que te acusará la conciencia, haberme mentido
y no darme a saber por ti misma, lo que yo se, por mi corazón. Si
deseas verme sereno y tranquilo, no me ocultes nada, de nada.
Ante la perentoria orden del enérgico
viejo, María Luz no tuvo más que contar.
- A fin de que nunca me hables de tu muerte, te
cuento. Me han robado esta tarde todo mi dinero, mas el dinero que
me diste a guardar.
Diciendo esto, llorando se abalanzó a su
padre para acariciar su macilento rostro y blancas canas.
El silencio reinó en el ambiente, por unos
instantes. Mario acariciaba y besaba la frente de su idolatrada hija.
Luego, le dice a la hija:
- Olvidaste en tan poco tiempo hija mía, lo que
tu padre, piensa sobre este tipo de tragedias?...
- No es que haya olvidado papi, temí y aun temo
preocuparte en vísperas de tu operación.
- Recuérdalo bien, que el dinero solo es un
medio, no una meta para un luchador social. Por tanto su pérdida es
lamentable, pero no irremediable, para ti, ni para mí.
- Tampoco lo olvido eso padre. Pero hoy, los
ladrones que me asaltaron en mi propia casa, nos aterrorizó a mi, a
mi hija y a Rosita, que no atinamos a nada, sino gritar
simultáneamente, mientras los ladrones después de traficar se
llevaron, dinero y cuanto de valor encontraron en casa. Mis vecinos,
como siempre en Lima; son indiferentes e impasibles ante hechos como
éste. Ahora contarte esto, padre mió, me traía riesgos para ti y
para mí, sin solucionar el problema del robo. Por eso quedamos con
Rosita no darte a saber nada.
- Convéncete bijita, que la revelación de tu
“secreto” además de arrancarme el desasosiego, me inyecta optimismo
y valor, para afrontar la operación de pasado mañana y aferrarme a
la vida, para seguir luchando, por una sociedad sin opresores ni
oprimidos, con justicia, trabajo, pan y sin ladrones...
Luego de cambiar de
tema, recordando el pasado y proyectando para el futuro; padre e hija
quedaron resignados y aun fuertes ante el infortunio inesperado, que
hacía llorar a la hija y enlutaba al padre.
Las visitas de la
tarde, con la alegría de su presencia, chistes, noticias y tomaduras de
pelo, completaron lo que faltaba a la tranquilidad de padre e hija.
Para Mario, las horas
del domingo 21 (vísperas de la operación) transcurrieron lentas y
pesadas en la mañana. Y cortas y divertidas en la tarde, por la
presencia de amigos y parientes. Pero las de la noche, fueron sin sueño
e interminables.
El lunes en la
madrugada, entre dormido y despierto, repasó la historia de sus
vivencias de la niñez al presente, pensando que los minutos de hoy
pudieran ser los postreros. Pues, como lo dijera, Clorinda Matto de
Turner, célebre escritora cusqueña: “En la vida, lo único seguro es la
muerte”.
Días antes, con el
corazón sangrando, espíritu sombrío y cuerpo agónico, había escrito una
especie de “Testamento”, dirigido a su adorada esposa, Nairut, leal y
cariñosa compañera de todos los instantes. En dicho documento daba sus
disposiciones postreras, sobre el uso y destino que debían dar a sus
bienes materiales, literarios y musicales.
Ahora momentos antes de
ir a la operación (quizá muerte) mentalmente abrazó y amó como nunca a
sus seres queridos, lejanos e inasibles de la sierra, costa y selva.
Y sobre todo, al
terceto idolatrado de la casa nativa del Cusco, que él construyó con sus
propias manos, con sudor y lágrimas... alma y corazón, Nairut, Benjamín
y Taniuskaya, esposa, hijo y nieta respectivamente, eran tanto mas
queridos cuanto que ellos eran aún, los que mas necesitaban de sus
sombra, tutela y apoyo paternal.. .
En medio de la
desgarradora pena del presente, hizo el balance de sus errores y faltas
cometidas por una parte y sus logros y realizaciones adquiridos por otra
parte. Y descubrió que por la supresión de su vida quedaría inconclusa
su máxima obra: La educación de su hijos.
Ahora ante la
incertidumbre de lo que pudiera suceder en la sala de operaciones, deseó
ardientemente la VIDA... para usarla, como el autor de: ASÍ SE TEMPLO EL
ACERO, en beneficio de sus hijos, de su barrio, de su comunidad y de su
patria.
A las 7 y 30 de la
mañana se encontraba sereno y preparado, física y anímicamente. Llegaron
las enfermeras y se lo llevaron a la operación tan esperada.
Dejado en su camilla en
el cuadrangular ambiente, a donde convergían, las puertas de las
habitaciones de las cuatro corredores de ese recinto, y colocado en la
“cola”, de los pacientes que debían operarse esa mañana; a igual
distancia de la vida y la muerte. Se percató, de lo que es, la soledad
absoluta, la verdadera, la única y la intransferible, en medio del
bullicio circundante...
Cuando estaba
sumergido, en ese abandono total surgió la realidad a su lado, en forma
alucinante de dos lindos ojos. Eran los de una gitana de tez morena,
color de capulí. Y para colmo venturoso, de su vuelta a la realidad, la
gitana quitándose, el níveo aditamento que le cubría la nariz y la boca,
le dijo: “Tío soy tu sobrina Lourdes”. La célica voz de la sobrina, tuvo
la virtud de retornarlo del mundo de los ensueños, al de la realidad
concreta y doliente, del cual se estaba fugando antes de ver y oír los
ojos y la voz de la sobrina tan oportuna y cariñosa.
Lourdes, que estaba
enterada semanas antes, de la llegada de su tío Mario Luces al Hospital
del Seguro, para someterse a una operación quirúrgica, lo visitaba casi
a diario durante el internamiento pre-operatorio.
Sin embargo ahora,
instantes antes de la operación, la voz familiar de Lourdes le pareció,
música y poema, latido y caricia del corazón de su pueblo y sangre.
Concluido el breve diálogo, con afectuosas palabras de aliento al tío,
Lourdes volvió a ponerse la “mascarilla” de enfermera, y con otra
enfermera pusieron en marcha la camilla de Mario hacia la Sala de
Operaciones.
Dentro, habían hombres
y mujeres, cubiertos de blancos mandiles, solemnes y silenciosos,
impasibles y prolijos. Todo estaba listo. Todo consumado. Ahora tallaría
el Destino junto con la Ciencia, por la Vida o Muerte de Mario.
Un anestesista y una
enfermera, que no era Lourdes, se encargaron de someterlo a Mario a las
variadas imprescindibles acciones pre-operatorias, con calina, paso a
paso, sin prisa y sin pausa.
En los primeros
instantes, fue testigo y objeto, sujeto y espectador de su inmersión en
el “olvido” o paréntesis de vida, que la anestesia impone al hombre, en
cuanto al libre juego de sus facultades mentales y físicas...
Horas después, cuando
resucitó de ese esbozo de aparente muerte, el reloj de la pared, frente
al cual lo habían colocado, después de la operación marcaba las dos de
la tarde Lourdes que había sido encargada por la familia y
principalmente por María Luz, de anunciar el resultado de la operación
de su padre; no bien despertó éste, del sopor anestésico se acercó y le
dijo:
-
Tío cómo te
sientes?
-
Me duele la
garganta, repuso el tío.
-
Ahora te traigo un
remedio, le contestó.
Dicho esto Lourdes se
dirigió al teléfono, para dar aviso a los familiares y María Luz, del
éxito de la operación, ya que el enfermo había despertado lúcido y en
uso de sus cinco sentidos; tanto que sentía el dolor de garganta por la
anestesia.
La noticia transmitida
al Cusco, causó inmenso júbilo, al terceto inconsolable del lejano
hogar, así como al resto de familiares y amigos.
Después de 30 minutos
de haber despertado, Mario fue vuelto a llevar al cuarto de donde lo
sacaron, en la mañana, para operario.
Llegado al piso 13, en
la puerta de la habitación, se encontraba la hija con el rostro
demacrado y tatuado por dolores inherentes a los torturados en calvarios
inevitables, que la vida impone en cualquier momento a cualquier ser.
María Luz en las
lacerantes horas después de la operación, acompaño a su padre, hasta el
último minuto permitido a las visitas. Al día siguiente, también logró
ingresar al hospital muy temprano. La primera. Esto para el padre,
constituía un sedante y tratamiento, insustituible, eficaz...
Cumplidos ocho días de
convalecencia y recuperación normal, Mario fue dado de alta por el
eminente cirujano Dr. Rubén Lorena, Director del piso de Neuro-cirugía.
El viejo luchador,
músico, escritor, periodista y poeta, tuvo el privilegio especial, de
ser operado por el célebre cirujano a instancias y gestiones de su hija
María Luz y sus sobrinas Elsa y Lourdes, influyente enfermera que
trabajaba en la sala de operaciones, como se ha dicho.
El Dr. Rubén Lorena
sintetizaba en si, lo que todas las grandes personalidades nuclearizan,
bondad y comprensión humana, Ciencia y Técnica quirúrgica. Ética y
sencillez, sin alardes ni vanidad. Por otra parte, como funcionario, su
gran ascendencia moral, imponía su autoridad. Su probidad y honestidad
de hombre y profesional, infundía en el personal del piso a su cargo,
más afecto que temor, más responsabilidad que rutina.
Fueron pues las manos
de éste probo y experto profesional, las que liberaron a Mario, de sus
viejos achaques de la columna vertebral.
Sin embargo los
múltiples éxitos quirúrgicos el célebre médico no se los adjudicaba,
todos para si. Los compartía en alguna forma, con el selecto equipo de
médicos y enfermeras que lo acompañaban. Entré éstas Lourdes, que al
decir de él, era una enfermera, exigente y severa consigo misma, como
con el personal que estaba a su cargo en la sala de operaciones.
La solicitada enfermera
Lourdes Vivanco, era de talle cimbreante, busto elegante, alta y
espigada, tez morena de aclla cusqueña, frente despejada, pelo negro y
ondulado, paso ágil, y fácil sonrisa.
Mario tanto por su
constitución orgánica, como por la magnifica intervención quirúrgica, no
sufrió complicaciones pos-operatorias, de ningún tipo. Para complacencia
propia y familiar.
Al quinto día de convalecencia, en la visita diaria médica pidió a
sugerencia de su hija, un triple examen: Urológico, de la vista y del
oído. Los médicos sin poner reparo a la solicitud, formularon la orden
respectiva, ante los consultorios pertinentes.
Al día siguiente de la
solicitud, en el Consultorio Otorrino, Mario se encontraba esperando al
rededor de hora y media; cuando vio entrar por fin al Consultorio a un
señor de mandil blanco, que había estado dando vueltas por los
alrededores, hacía una hora. Tenía pinta de boxeador y voz de tenor de
zarzuela.
Una enfermera que
apresuró el paso, al ver entrar a dicho señor, en el consultorio, de
pasada le dijo a Mario:
-
Qué espera?...
-
Otorrino señorita.
-
Un momentito.
-
Ni modo.
Luego de un breve
diálogo de la enfermera, con el boxeador u otorrino, que entró antes,
salió la enfermera, a empujar la silla de ruedas de Mario, hasta ponerlo
frente del robusto personaje; que pese a todo, era otorrino.
Este sentándose en su
taburete, cerca a la silla de Mario, le preguntó:
-
Qué sientes?
-
Estoy
ensordeciendo.
-
De los dos oídos?
-
Principalmente del
izquierdo Dr.
-
Aja, desde cuándo?
-
Desde hace. unos
cinco años.
Sin más
interrogatorios, se encasquetó en la cabeza, un aparato que para el
efecto usan los otorrinos y empezó a examinar, los dos oídos. Terminado
esto, sin otro comentario, indicó a la enfermera con la mano, que le
alcanzara un instrumento, especie de chisguete. Con ese aparato entre
ambos le hicieron un lavado brutal de oídos. Dejándolo, al final mas
sordo que una tapia. Pues si al entrar oía con un oído; ahora no oía con
ninguno.
Tras el inmisericorde
lavado, la enfermera llamó por teléfono al piso 13, para que vinieran a
llevarlo al sitio de origen, “al sordo Mario Luces”. Antes de que lo
llevaran, éste indagó el porqué de la sordera total, pero no escuchó lo
que le contestaron el otorrino y la enfermera.
Al siguiente día de lo
ocurrido en Otorrinolaringología, un auxiliar de enfermería, vino a
notificarle, que se alistara; pues lo iba a conducir al Consultorio de
Urología, conforme la orden médica expedida a solicitud suya.
Mario pensando que su
ausencia de la habitación causara inquietud a su hija, que todos los
días venia a las 12; se fue a la habitación de Pablo, contigua a la suya
a dejarle un encargo para su hija. Pero a las primeras palabras, Pablo
le informó que también a él lo llevaban en ese instante a Urología.
Por consiguiente, los
“patas” Mario y Pablo, “compañeros de armas” en percances hospitalarios,
ahora irían a compartir las sorpresas de Urología. Ambos amigos
desplazados en sus sillas de ruedas por un solo muchacho fueron bajados
por ascensor al piso 11. Aquí el muchacho los dejó, frente al
consultorio, donde en esos momentos curaban, a un operado de la
próstata.
El espectáculo cruento
y rojo, por la sangre, no sirvió para estimular los deseos de Mario y
Pablo para que les hicieran igual curación o examen.
La larga espera,
cercana a los tres cuartos de hora, en el ventoso pasadizo,
incrementaron los dolores de Pablo, hasta lo insoportable, El no estaba
operado aún de la hernia como Mario. En vista de ello, éste se acerco a
la puerta del consultorio, a solicitar que si fuera posible, aceleraran
el examen Urológico de Pablo, ya que se retorcía de dolor. Ofrecieron
hacerlo.
- Por fin pasados otros tres cuartos de hora,
una enfermera llamó: Pablo Valer.
- Presente dijo él.
Entonces la enfermera
vino hacia él y empujando su silla de ruedas lo condujo dentro del
Consultorio Urológico, Mario que se quedó en el corredor observaba por
la entreabierta puerta lo que estaba ocurriendo dentro, con su “pata”.
No pudo escuchar el
diálogo entre el médico y Pablo.
Luego lo desplazaron
tras un mueble, con aspecto de escritorio. Le bajaron el pantalón y
calzoncillos, que cayeron hasta el suelo. Gesticuló de dolor cuando lo
forzaron a agacharse. Luego estando él en esa posición la enfermera
calzándose unos guantes gruesos y amarillos, le metió uno o dos dedos en
el ano. Exploraba los recovecos réctales, con miras según, se dice, a
establecer lo que hubiera de anormal en la próstata.
Concluido el manipuleo
anal; la enfermera conversó o informó algo al médico, que leía unos
papeles. Este sin mucho apuro, se levantó de la silla, se calzó sus
guantes, e inició por su parte, una nueva incursión anal. Pablo, sufría
terriblemente con el manipuleo, tal como lo indicaba la expresión de su
macilento rostro.
El médico después de
reconstruir, el manipuleo rectal, que la enfermera había hecho antes, se
dio al parecer por satisfecho. No así Pablo, a quién no le quedaba ánimo
ni para levantar su pantalón y calzoncillo.
El galeno, con pinta de
Drácula, una vez que se hubo quitado los guantes. volvió a dialogar algo
con Pablo.
Escribió unas líneas,
en la Historia Clínica del examinado.
Y firmó. Tras ello, se
quitó el mandil y salió del Consultorio.
A estas alturas la
espera del impaciente Mario, ya registraba más de dos horas, cuando lo
volvieron a su lado al maltrecho y casi desfalleciente Pablo.
Mario habiendo
experimentado en cabeza ajena, lo que es un examen Urológico y ante la
perspectiva de seguir esperando, para que al final lo dejen como a su
compañero llamó a la enfermera de Urología, para que dispusiera, la
vuelta al piso de origen, tanto a él, como a Pablo, pues él se negaba a
someterse a algún examen similar al soportado por Pablo.
Las varias causales
alegadas por Mario eran que había esperado ya mucho; que ya le habían
dado de alta; que tenían que sacarle los puntos; que vendrían del INC
trayendo su “haber”; que esperaba llamada telefónica del Cusco, etc.,
etc.
La enfermera por su
parte, apoyada “incondicionalmente” por Pablo, presentó sus razones y
alegatos, para someterlo a disciplina y al examen prostático.
Ante la terminante
decisión de Mario de no hacerse examinar, vanas resultaron, las
recriminaciones, reproches y hasta amenazas de las enfermeras que
acudieron alrededor del “rebelde”.
Este como buen serrano
dijo “manan”, y no quedó nada ni nadie, que lo convenciera para hacerse
examinar como Pablo; quien “sádicamente”, sugería a las enfermeras que
era necesario que lo examinaran también a él que lo había solicitado.
Tras un buen rato de
alegatos en pro y contra, Mario y Pablo, fueron devueltos a su piso y
cuartos respectivos. En el trayecto a sus cuartos, en el ascensor,
venían comentando las incidencias de lo acontecido a uno y otro.
Divertido para Mario y penosísimo para Pablo, quien lamentándose decía:
“que tal vaina”. Yo no pedí ninguna consulta urológica; simplemente
expuse que tenía un pequeño dolor al orinar y me llevan al examen, mejor
dicho a la tortura. Tú solicitas el examen y el final te escapas. No te
dejas examinar. Y tan campante.
- Mario
interrumpiendo -le dice- y que querías que hiciera después de ver el
procedimiento “científico” en tu examen prostático. No me quedaba
otra alternativa que fugar, y no me arrepiento.
Cuando llegaron al piso
13 y salieron del ascensor, Mario no vio que su hija María Luz esperaba
en la puerta de la habitación. Ella enterada ya del asunto en urología,
no bien lo saludó, empezó a “cafetearlo” a su padre. Pues ella quería,
según lo manifestaba desde semanas antes, que el autor de sus días
saliera del hospital “nuevecito”.
El sermón de la hija
“le resbalo” al viejo. Quien bromista como era, empezó a relatar pícara
y jocosamente, los pormenores del examen anal, de Pablo, quien no lo
había solicitado. Y su propia fuga del examen anal, llamado Urológico y
que él lo había solicitado, por presiones de su hija.
Después del último
almuerzo en el hospital, Mario se despidió del personal de turno. Dijo
adiós a este lúgubre recinto del dolor, donde unos se reencuentran con
la vida, mientas otros se abrazan con la muerte…
Luego entró donde Pablo
a despedirse y desearle los mejores éxitos en la operación, en la vida y
la amistad.
Seguidamente con un
postrer abrazo sellaron la eterna amistad, surgida, en el dolor, la
soledad y la incertidumbre de lo que vendría... Brillantes cristales de
dos lagrimones iridiscentes surgieron en los ojos de los dos amigos, por
partir uno con destino incierto y quedar otro con destino reservado...
Salió Mario de la
habitación de Pablo, tomado del brazo, por su hija. Entraron al
ascensor. Cuando llegaron al primer piso se abrieron sus puertas. Mario
salió lentamente, siempre agarrado del brazo de María Luz.
Cerca a la gran puerta
metálica que se interpone entre la población y el Hospital, se
encontraba, el incomparable hermano, amigo y colega Enrique Rincón, no
muy lejos de su hermoso Ford negro. Esperaba risueño y optimista al
viejo colega de la vida y las lides periodísticas.
Mario subió al carro
amigo, con ayuda de María Luz.
Enrique prendió el
motor y arrancó lentamente, suavemente... Rumbo a Ignacio Merino 531.
Ahora redivivo iba a
sumergirse nuevamente, en el tráfago atroz de la vida. Atrás quedaban,
los cuarenta días sobrevividos en el Hospital, entre la vida y la
muerte, entre el llanto y la risa, entre la TRAGEDIA Y LA ESPERANZA..
Entre la Realidad y el Ensueño…
1ra. Edición “Canciones, Versos y Prosas” Cusco 1985
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