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    Ensayos

Eduardo Pimentel Cáceres

 

ENTRE LA REALIDAD Y EL ENSUEÑO

(Testimonio del autor cuanto fue operado en el Hospital HERM - EsSalud)

 

En el aeropuerto Velasco Astete, bajo el impido cielo, diáfano horizonte y punzante frío del Cusco, se hallaba esa mañana, Mario Luces (el irreducible panfletario) pálido y angustiado, con medio cuerpo apoyado en su “seisito” azul, tratando de mitigar el insufrible dolor de su “hernia discal”.

Su esposa Nairut, Benjamín el Último de sus hijos, y Taniuskaya, grácil criatura de 6 años, eran los únicos familiares que lo rodeaban ahora, para darle el adiós de despedida, a Luces, paciente evacuado a Lima por el Seguro de la localidad.

Tras la previa y obligada espera al avión, y concluidos los últimos instantes de simulada serenidad de los que se van y de los que se quedan; vinieron en “cola” los abrazos y adioses llorosos de Nairut, Taniuskaya y Benjamín, que derrumbaron del todo, la poca entereza que le había dejado a Mario el largo e incesante martirio de su dolencia.

El abatido enfermo, sintió mezclarse en su cara, las ardientes lágrimas de los suyos con los propios, que resbalaban calida y suavemente por sus flácidas mejillas.

Tras los últimos besos, lágrimas y abrazos de adiós, Mario subió al avión y se ubicó en cualquier asiento que no era el “D 1” reservado para él, por el expedidor de boletos. En cuanto rugió el avión, empezó a sentir los insufribles dolores de cintura sin posibilidad de alivio. En los 50 minutos de vuelo de Cusco a Lima, Mario, comprendió y apreció, más que nunca, en la cara y actitud de los viajeros, que la salud, es el máximo ingrediente de la felicidad humana.

La colosal visión de las cumbres andinas, no mitigó en nada sus dolores que pudieron ser menos, si las compañías de aviación y el Ministerio de Salud, coordinaran acciones, para desplazar enfermos de un lugar a otro del país, con eficiencia y algo de humanidad.

Bordeando una hora de viaje, el avión aterrizó en el aeropuerto “Jorge Chávez” de Lima. A Mario lo esperaban su hija Maria Luz y una ambulancia con médico, a solicitud y diligencia de la hija.

Fue transbordado del avión a la ambulancia por su hija, el médico y empleados, y conducido a Emergencia del Rebagliati. Aquí al poco momento de llegada, el facultativo de la ambulancia, lo sometió al consabido examen médico, consistente en: Uno, manipuleo por todo el cuerpo, desnudo. Dos, interrogatorio embrollado, como de “reportero principiante”, sobre el qué dónde, cuando, cómo y porqué de la enfermedad. Todo ello según fue comprendiendo, para la elaboración de la “Historia clínica” del paciente.

Pasado el chequeo, le trajeron un simulacro o proyecto de almuerzo:

Consistente en: un pedazo de pollo anémico, sin sal y una papa hervida.

En la tarde del mismo día, 29 de diciembre, la inesperada visita a emergencia, del joven médico de la mañana, Dr. Jaime Peralta lo salvó a Mario de dos cosas: Una, de que lo dejaran sin el “ademán” de comida. Y otra, de que el resfriado que traía del Cusco, se convirtiera en neumonía, por la comente de aire del ventilador, a cuyo lado lo trasladaron después del simulado almuerzo del medio día. El compartimiento donde lo ubicaron al llegar; aislado por cortinas, se lo cedieron a una joven drogadicta habitual, cliente del hospital, según comentaban.

Esta paciente, al menor descuido de las enfermeras, ofrecía escenas de contorsión, nudismo y delirantes poses pornográficas, que distraían poco, a los abandonados enfermos y heridos de emergencia.

En horas de la tarde al acercarse el Dr. Peralta, como tenemos dicho, Mario le reclamó, antes que la comida, que ya se lo habían negado, su traslado inmediato, a otro lugar, lejos de la corriente del ventilador. Mario le informó que sufría de bronquitis.

El médico atendió el reclamo y dispuso, que lo volvieran, a su anterior ubicación, desplazando a la joven drogadicta a otro lugar.

Al rededor de las nueve de la noche, lo llevaron a Mario, sin pedirlo él a la sala de Radiografías. Le tomaron cinco o seis placas, volteándolo para cada toma, a diestra y siniestra, sin miramientos ni contemplaciones Como a costal de papas o desperdicios y no como a un ser humano adolorido y sin defensa.

Al retomo de las torturas radiográficas, le suministraron unas pastillas, tal vez calmantes, Mario las deglutió, sumiso y sin replica. ¡¡Unas horas de permanencia en ese ambiente, más que los dolores de su larga enfermedad en el Cusco; habían anulado en Mario, su agresividad, su fogoso carácter y al parecer hasta su orgánica energía!!.

Mientras Mario, sin pedirlo, escenificaba, lo descrito hasta aquí, en el interior de Emergencia; afuera en los pasillos y puertas de la misma. María Luz indómita como su padre, protagonizaba por su parte, otro “drama” de angustia lindante con la tragedia. La insensibilidad de médicos y enfermeras, deshumanizados por la rutina diaria, no se conduelen ni acceden, a las súplicas, ruegos, lágrimas o voces implorantes de los que sufren…

Como queda dicho, María Luz recibió a su progenitor en el aeropuerto, y de ahí viajó en la Ambulancia, al lado de su enfermo padre, hasta Emergencia del Hospital Rebagliati a las 12 y 30.

Allí en la puerta de ese dantesco recinto, quedó prohibida, de continuar caminando tras su enfermo padre, que lo conducían en camilla, con rumbo desconocido para ella. Aquí sus lágrimas y ruegos, no conmovieron a nadie y menos desde luego, al atlético portero, para que la dejaran ir tras su enfermo viejo.

Agotados todos sus recursos persuasivos, ruegos y lágrimas, controló su desesperación, momentáneamente. Hasta que por uno de los corredores, hizo su aparición, el mismo médico que junto con ella recibió en el aeropuerto a su padre.

Al verlo que se dirigía a ella, corrió a su alcance y sin ningún preámbulo ni protocolo lo interrogó:

  • Dígame por favor doctor, como se encuentra mi padre?
  • ¿Mejor…¿Peor…?
  • ¿Por qué me incomunican?...

Cálmese señorita, le contestó el médico. Hace poco he examinado a su padre, revisado también su Historia Clínica, que ha llegado con él del Cusco. Pero aún así, antes que el especialista lo vea y se pronuncie, no debo ni puedo adelantar ningún diagnóstico, sobre el caso de su padre.

  • Cuándo lo verá el especialista? replicó María Luz.
  • Hoy en la tarde, aseguró el médico.
  • Después de ello, me dejarán verlo?
  • Desde luego.
  • Y por qué ahora no me autoriza verlo solo un momento?.
  • Porque no estoy de turno. Sin embargo volveré dentro de dos horas, para ver si la hago pasar.
  • Gracias Doctor, dijo ella y le extendió la mano.

Después de este dialogo, Maria Luz quedó sosegada y optimista. Miró el reloj. Marcaba las dos de la tarde. Enrumbó a su casa y apresurando el paso cada vez más, llegó a su hogar que quedaba en Lince, a 15 cuadras del Hospital.

Al ingresar Maria Luz a su departamento del tercer piso, miró la loca carrera de Rosa Maria, que venia a abrazarse a ella. La vivaracha y hermosa criatura tenía tres años y era la adoración de Maria Luz.

Estando acariciando a su hija, apareció, Rosita, empleada, aya y confidente, que cumplía, con cariño y eficiencia los quehaceres del pequeño hogar, conformado, por cuatro personas.

Tras un preludio de algunas preguntas y respuestas, como variaciones del mismo tema; la empleada con apoyo de la pequeña Rosa Maria, logró convencer a Maria Luz (que se había demacrado en pocas horas) a que almorzara algo, antes de ir a descansar, conforme quería ella.

Sentada a la mesa del comedor, entre bocado y bocado, Maña Luz refirió a Rosita, las peripecias, sufrimiento y humillaciones, que había padecido, en esa “cámara” de torturas, que por disposición cínica de la eterna minoría gobernante, se llama Emergencia.

Relató desolada, la muda, inhumana y despectiva indiferencia de cuantos atienden ese servicio, si así se puede llamar a ese infiernillo de los pacientes. Allí la maldita rutina, deja a todos, sin entrañas, sin pizca de piedad ni ardite de comprensión por el sufrimiento humano. El trágico relato, empezó a provocar paulatinamente el llanto de ambas, que acreció, cuando Maria Luz, describió el lamentable estado físico de su padre, hasta no hacía mucho, sano y fuerte. Ahora tambaleante, de cadavérico aspecto. Y luego el impacto que le produjo su desaparición ante su vista, por los largos corredores de ese panal de la impasibilidad, sin poder seguirlo ella.

Después del inconcluso almuerzo y llanto; Maria Luz descansó una hora, pero sin lograr conciliar el sueño. Luego se levantó, se arregló y dejando disposiciones y encargos salió de la casa rumbo, al Hospital.

Iba a tentar suerte, para ver a su padre, muy posible si el Doctor Peralta, cumplía su ofrecimiento de horas antes.

Ingresó al Hospital. Preguntó en primer término, por el Doctor Peralta, mutis… Después por la enfermera Lourdes Vivanco, mutis… Por el doctor Javier Urquizo, mutis… nadie abría la boca. No daban razón. Siempre apurados, malhumorados y permanentemente descorteses e irascibles.

Fracasados sus recursos de serena investigación; optó nuevamente, el sistema de ruegos y lágrimas de la mañana. Su estrategia de ruegos no discriminó a médicos, enfermeras, auxiliares, barchilones y hasta a los porteros. Con tal que la dejaran pasar a ver a su anciano padre, venido de lejos y poco menos que desahuciado. Y a la fecha tal vez muerto. ¡Era tanta su angustia!. Argüía, de que su progenitor no tenía a nadie en Lima, sino a ella. Que su padre Mario Luces era periodista de gran ascendencia en la prensa nacional y que pediría y lograría la sanción, para los responsables de su incomunicación. El era un enfermo, no un delincuente, decía.

Todo era en vano, ni se asustaban, ni se conmovían. Si alguien se dignaba escucharla, lo hacía con la indiferencia, de una vaca que ve pasar el tren. Sin interesarse ni emocionarse. Sin un ardite de curiosidad.

María Luz, agotada y sin esperanzas, como todas las personas en igual trance de penas y angustias, encontró solidaridad en ellas. Dentro de esa camaradería; escuchó en ese grupo de “inconsolables” (así empezaron a llamarse) comentarios y confidencias de lo que habían sufrido en anteriores oportunidades como ahora, en el seno de este reducto de la inoperancia, crueldad, burocracia y discriminación, paradójicamente llamada Emergencia; eran las 8 de la noche Maria Luz igual que en la mañana llevaba ya cuatro horas interminables de frustración y espera, en este barateo del sufrimiento, en que solo se turnaban los actores. Se encontraba entre los “inconsolables”; un joven alto, blanco delgado con barba crecida y pelo largo.

También él como Maria Luz y el resto de “inconsolables” preguntaba a cuantos empleados podía, por el estado de su madre que había ingresado a Emergencia y no más, lo dejaban ver, ni le daban a saber nada sobre ella.

El desgarrado joven, rogaba, suplicaba o argüía increpaba y en veces maldecía y amenazaba. Pero nada… mutis…

El portero un moreno, fornido malcriado y rudo de pies a cabeza, se interponía entre los enfermos inminentes o en ciernes de fuera.

Sin embargo el joven insistía igual que Maria Luz, igual que todo padre, toda madre, todo hijo, toda esposa y todo familiar con deudos en Emergencia.

En estas circunstancias, paso por ahí un señor que con su respuesta, actitud y comportamiento, enloqueció por indescriptibles instantes, al joven y a todos los que se encontraban en los pasillos. Lo que ocurrió fue así: Por una de las puertas que dan a los pasillos de Emergencia, apareció un hombre de blanco, regular estatura y cara “atomatada”, algunos de los presentes lo reconocieron como médico y corrieron hacia él. En la colectiva carrera, el joven de larga barba ganó a Maria Luz, y a todos los demás “velocistas”. Plantóse ante este enésimo galeno, el joven en referencia. Desesperado, le preguntó, con voz que era un gemido: Dr. Cómo está la enferma Rocio Montalban?.. Es mi madre… La traje anteayer y ahora no me la dejan ver... Soy hijo único. Ella es mi único tesoro... y vida.

¡Ajá... dijo el descomunal monstruo humano, que desempeñaba mejor el papel de verdugo que de médico. Y le espetó, con frialdad de esfinge, las mortales palabras para cualquier humano… ¡¡¡Vaya a verla en la morgue!!!. Centelleó un rayo en el cuerpo y alma del repentino huérfano. Y un pavoroso grito de dolor solidario, reventó en el corazón de los presentes.

Jorge dio un salto felino (así se llamaba el joven) para capturar y estrangular al fatídico médico, sin conciencia, ética, ni humanidad.

Al conjuro del descomunal grito, que salió del pecho de Jorge, acudieron con presteza, empleados y enfermeros y lo redujeron, al joven que se había convertido furia ciclópea. Salvando así, de muerte segura, al criminal médico; que después de su fechoría se deslizó con rapidez de sierpe, sorteando el peligro que se le venia encima por dos flancos: del enloquecido joven y de los presentes que bramaban…

Este trágico suceso que enfureció y apabulló a los familiares en espera eterna, tuvo la virtud de recordar al personal de servicio en pleno; que en los nosocomios, las relaciones humanas son además de virtudes cívicas; específicos o fármacos inmejorables...

A raíz del escándalo, para apaciguar a todos, y más a los testigos de los hechos, se autorizó el ingreso de los familiares a ver a sus enfermos.

En consecuencia, también María Luz, testigo del trágico acontecimiento, recién a las 9 y 30 de la noche pudo volver a ver a su padre, con quien la incomunicaron por 9 horas, bajo el pretexto de estar en: “Observación”.

No hubo tal observación, salvo un examen, del médico que lo trajo del aeropuerto. Y otro del médico especialista, momentos después del doloroso incidente y poco antes de la visita de Maria Luz.

La presencia de su hija, detuvo la desintegración biológica y anímica, del viejo iconoclasta; Mario Luces. Este erizado de sensibilidad como era, no admitió alternativas de explicación, por la ausencia de tantas horas de la hija.

Nueve horas. Desde su llegada hasta el momento. Se creyó abandonado por la salud, la amistad y la familia. Con masoquismo, había hurgado durante el día su capacidad de “resentimiento” y se había repetido así mismo: ¡Estoy abandonado por todos!... ¡Por todos!!!

. Hasta aquí él ignoraba, el drama y calvario que su hija, había vivido fuera; tanto como él dentro...

Ahora con la explicación y el entrañable beso de la idolatrada hija; recibió también el certificado y esperanza de supervivencia...

Las lágrimas de ternura, reiterados besos y dulces comentarios del hogar lejano, disiparon de su alma y la de su hija, la pesadumbre acumulada en las desesperadas horas vividas en el día que fenecía.

Cuando el reciproco relato de las confidencias hogareñas, no compartidas hacia tres años, empezaban a tonificar el alma y corazón de padre e hija, se oyó la áspera voz de alguien, que imperativamente notificaba: ¡Hora!... ¡Hora!...

Era la conminación, para la despedida y el desalojo de las visitas. Padre e hija se volvieron a abrazar. Y Maria Luz, salió, llevándose todas las prendas de su progenitor, en cumplimiento de lo que el primer médico, le había dicho a su padre: ¡Cuide sus cosas!!!...

Al día siguiente, 30 de diciembre (cumpleaños de Maria Luz), a las 10 de la mañana, apareció frente a la camilla de Mario Luces, un médico de 60 años de edad, porte distinguido, blanco, pelo entrecano, ojos azules y talla mediana. Era según lo supo después, el Dr. Javier Urquizo Ugarte. Connotado profesional. orgánica y académicamente dotado de aptitudes físicas y valores morales e intelectuales. Resultaba ser hermano de una compañera de trabajo, en el Instituto de Cultura, de Mario Luces. El Dr. Urquizo, habla sido informado, temprano, por Maria Luz, de la llegada de su padre, su estado de salud, dónde se encontraba y los otros desagradables pormenores narrados hasta aquí.

A consecuencia de ello, el famoso médico acordó con Maria Luz, sacarlo de Emergencia, por los días feriados (año nuevo), gestionándole su alta provisional.

La oportuna y valiosa intervención del Dr. Urquizo, para sacarlo de Emergencia, llenó de júbilo a padre e hija. Pues así, Maria Luz el día de su cumpleaños, lo tendría a su padre enfermo, en su compañía y en su casa.

Mario Luces, por su parte, estaba feliz de llegar a casa de su hija, el día del natalicio de ella y libre de EMERGENCIA.

La felicidad se incrementó, en horas de la tarde, cuando sucesivamente llegaron entre otros familiares, su primogénito hijo Eduardo y luego su hermana Mercedes que había llegado del Cusco, esa misma mañana y venia a saludar a su hermano enfermo y a su sobrina María Luz, dueña del santo… Vino acompañada por su hija Elsa, médica de renombre en Neo Plásicas de Lima.

Las penas sustituidas por la alegría, ésta, se trocó en algazara, con música de la tierra, bebidas y platos típicos. Menudearon los brindis por la dueña del santo, por la pronta recuperación del enfermo y por la felicidad de los presentes y ausentes…

En la alegre fiestecita familiar se altemó la risa y el llanto, el recuerdo y la esperanza hasta la alborada limeña.

Al término de los días feriados, obviamente inhábiles, para el trabajo hospitalario; Mano volvió a internarse, tras gestiones de Maria Luz y el decidido apoyo del Dr. Urquizo, que consiguió una cama vacante 13 A - 127, en el piso o servicio de Neurología donde él era el Jefe.

La cama en mención estaba en una habitación by personal para dos enfermos. La cama que le tocaba se situaba a un metro de distancia de otra ocupada por un hemipléjico (paralítico de medio cuerpo). La primera noche de hospitalización, Mario notó que el enfermo en mención, tenía entre sus posibilidades de actividad, poder agarrar el “papagayo” (Vaso de noche), de encima de la mesita, usarlo para la micción y volverlo a poner en su sitio.

Pero lo hacia tan mal, que siempre mojaba su cama, para desesperación de las enfermeras y el olfato de Mario.

En este primer “alojamiento”, el Dr. Urquizo, previo meticuloso examen, se hizo cargo del tratamiento clínico de Mario, con remedios específicos que su vasta experiencia y su amplio conocimiento le aconsejaban.

Mario por su parte, pese a su deterioro físico, incrementó su curiosidad, por cuanto acontecía en su entorno y contorno.

Esto le permitió, constatar por un lado, que los médicos jefes de servicio del Piso o Departamento, eran, en buen porcentaje, profesionales serios, probos y competentes.

Por otra parte, verificó, la incuria, insensibilidad y desgano en el cumplimiento de su importante trabajo, de un considerable porcentaje de auxiliares, enfermeras y galenos.

Encontró también, solo vestigios de relaciones humanas, en gran arte del personal de este servicio.

Una tarde a las 4 y 30, hora de comer; su compañero de cuarto, el hemipléjico, estaba comiendo a su modo, ayudado por su esposa, descendiente de chinos y ya entrada en años Cuando sin motivo aparente, ella empezó a emitir sonidos extraños, guturales, como estertores de atorada.

Mario que a la sazón también comía ayudado también por su hija, se alarmó él, como su hija, por lo que estaba ocurriendo. Tomó el timbre a no soltarlo. Llamaba al servicio de turno (que no falta o que no debe faltar).

Mientras tanto Maria Luz, trajo agua para la señora que parecía estarse ahogando.

El hemipléjico, al ver a Maria Luz, socorrer con agua a su esposa, con palabras dificultosamente articuladas, dio a entender, que su mujer era epiléptica, con accesos de ataques periódicos.

En momentos de entrar en total crisis, la señora terminó de vaciar toda la comida, sobre la cabeza, cuello, pecho y cuerpo paralizado del esposo, indefenso por su estado.

La incesante alarma del “timbral” de Mario, no mereció reacción o respuesta. Entre tanto Mario y su hija poco menos que desesperados, por el cuchillo y el tenedor que blandía la señora sobre su esposo Maria Luz salió corriendo de la habitación, en demanda de auxilio a las enfermeras o a quien fuere.

Encontró por suerte en el pasillo al Dr. Urquizo, a quien Maria Luz informó lo que estaba ocurriendo en la habitación 127. Este, en seguida impartió órdenes. Y en contados segundos, se presentaron seis enfermeras, casi en tropel, con visible emulación de mal humor y miradas poco amicales contra quien dio el “soplo” al médico Jefe.

Dos de las seis enfermeras asearon al enfermo, otras dos ordenaron la habitación y las dos restantes se encargaron de la señora que estaba aún semi-inconsciente.

A los tres días de lo referido, encontrándose sin visitas, tanto Mario como el hemipléjico, llamado Raúl Santillán; este empezó a rodar de cabeza, suave, incontenible e inexorablemente de la cama al suelo.

Tampoco esta vez, nadie acudió oportunamente, pese a los insistentes timbrazos y gritos de Mario, imposibilitado de auxiliarlo personalmente. No obstante, se incorporó con la celeridad que le permitía su dolencia y salió al corredor a pedir auxilio para Santillán. Mientras tanto éste, aterrizó aparatosamente junto a su cama, botando el “papagayo” y su contenido.

En esta oportunidad, una señorita a quien Mario encontró en el corredor, había dado aviso a las enfermeras, quienes acudieron tardíamente a cumplir su deber.

Lo levantaron al viejo con esfuerzo y poco entusiasmo y lo pusieron en su cama. No olvidaron esta vez de colocar las barandas laterales, que cuentan los catres, en que yacen enfermos como Santillán.

Sucesos como los narrados, fueron los saltantes, en la variada gama de vivencias de Mario, al quedar inmerso en él, como cualquier paciente, en el micro mundo especial que constituye un nosocomio. Lugar en donde el que no “cae resbala” por imperativo de renovadas y multiformes dolencias, que sufre el hombre en todo lugar y tiempo. Y más en países pobres y sub desarrollados como el nuestro.

Para el enfermo, que por primera vez viene de los umbrales de su casa a los de un hospital particular o del seguro; este mundo es alucinante, insólito, desconcertarte. No concebible en el espacio y tiempo habituales.

Aquí dentro deambulan, como espectros hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con su lastre de dolencias, cadavéricos y deplorables… Lado a lado… .con algunos otros, que aunque sanos y fuertes físicamente, han perdido la alegría… la bondad... la ternura humana… la aptitud de saber llorar ante los sufrimientos humanos. Y hasta sin la fría cortesía de los verdugos…

Y todo, por el diario contacto con el dolor ajeno, el abandono, la miseria, la orfandad y la muerte,,. En una palabra por la rutina.

Pero también aquí se palpa, registra y anota, sin solución de continuidad, la batalla campal y sin tregua que la ciencia y técnica de los clínicos y cirujanos, libran contra los letales y agresivos batallones de las enfermedades humanas.

Aquí el dolor en toda su dimensión y facetas, democratiza hasta a los presumidos aristócratas. Domestica a los fieros matones, amos, perdonavidas y verdugos.

Aquí el poderoso Don Dinero, no pudiendo comprar la vida, se conforma con aplazar la muerte. Aquí el mas allá se encuentra tan acá, casi palpable en el espacio y tiempo.

Estando Mario abstraído en estas divagaciones, en su cama de Neurología, vinieron a notificar su traslado a neurocirugía. Era disposición de la junta de facultativos, que se reúnen dos veces por semana para estudiar, casos complicados de pacientes en los diferentes pisos del Hospital.

En la junta, se dijo, que el caso de Mario requería la intervención quirúrgica, ante la ineficacia del tratamiento clínico.

En esta primera mudanza, fue a parar a la habitación 13B- 225, ocupado por un joven piurano de 24 años de edad, que dos días atrás había sido operado de suma urgencia, el mismo día de su llegada. Según contaba. Había sufrido en Piura su tierra natal, una súbita parálisis total, que solo le permitía mover la cabeza.

La verificación y contemplación en “vivo y en directo” de la notable mejoría anímica, paralela a su recuperación orgánica, de este caso delicadísimo, constituyó para Mario un decisivo argumento, para convencerse de que el Hospital del Seguro en que se encontraba, ofrecía mas “seguro de vida que de muerte”.

Esto le produjo en él, una bienhechora transfusión de esperanza y optimismo, que dada su larga enfermedad lo necesitaba, con urgencia y sin plazos.

A estas alturas, al golpe alterno de optimismo y pesimismo en cada amanecer y atardecer, empieza a germinar un “modus operandi” en la conducta de cada enfermo, con relación al compañero de cuarto. Paralelamente, también los familiares de los pacientes empiezan a confraternizar en el dolor y la esperanza…

Esta vez Mario, no bien se estaba reambientando y consolidando los lazos de nueva amistad, recibió, otra vez la orden de que iba a ser cambiado a otra pieza del mismo piso y especialidad de Neuro-Cirugía 13B-235.

Esta nueva “migración”, sensible siempre para Mario como también para Roberto Vega (este era el nombre del joven piurano) le recordó que el interés y bienestar particular, están supeditados a los intereses generales, de los enfermos hospitalizados.

Mario como buen socialista, no mostró disconformidad con el cambio; mucho más cuando se le explicó, que dicha pieza y sus camas, estaban reservadas para pacientes, imposibilitados de valerse por si mismos, como Roberto Vega.

Mario se despidió del ocasional amigo y colega en el dolor.

Esta tercera mudanza, no provocó en Mario mayor preocupación por el compañero que le pudiera tocar. Pues sabía de antemano, que los enfermos como los muertos son siempre “buenos” Así que el compañero del nuevo cuarto sería bueno, por el hecho de estar enfermo. Y en efecto lo era, de manera que congeniaron rápidamente.

Un día, en uno de los amenos diálogos sostenido entre “inquilinos”, el paciente Pablo (así se llamaba), refirió a Mario, que era la segunda vez, que se encontraba en este mismo Hospital y por igual dolencia (hernia discal). Que ahora lo estaban preparando para operario por segunda vez.

Durante los interminables días y horas de hospitalización, pre-operatoria, se relataban confidencias, aventuras, anécdotas, cuentos y mil chascarros que la quietud y el ocio hospitalario invitaban y ayudaban a evocarlos,

Pablo confesó que era bancario, apurimeño, radicado varios años en Lima, Casado con distinguida dama cusqueña y con tres hijos.

Mario por su parte se sinceró y dijo: Que era músico, escritor, periodista y compositor, sin permiso o consentimiento de nadie. Casado, hacia 30 años con dama trujillana, educadora y artista (cantante), con 5 hijos, uno muerto por la CIA y sus esbirros nacionales, por reincidente en la lucha social a favor de los oprimidos.

Con confidencias así, el tiempo se deslizaba imperceptible y gratamente para ambos. Al correr de las horas y días, el paralelismo de caracteres, aficiones y costumbres, propios de los hijos del Ande, los estrechó mas, en la amistad.

El resultado de esta mancomunidad de ideas y sentimientos fue que, Mario y Pablo, como amigos de toda la vida, no advertían mucho sus dolencias, en el pesado fluir de las horas privadas de visita.

Entre el nutrido intercambio de chistes, cuentos, anécdotas y disparates, muchos de propia creación, lanzados de cama en cama Pablo contó, muy jocosamente una anécdota verídica, que le pasó, cuatro años atrás, en su primer internamiento hospitalario, aL compañero de cuarto de entonces.

Empezó diciendo: Este era un viejito enjuto, blanco, canoso, de unos setenta años de edad y de un carácter “endiablado”. A la sazón estaba él en tratamiento pre-operatorio.

  • Resulta que el día ante-vísperas de mi operación, dice Pablo, entraron a nuestro cuarto, dos enfermeras; una con un equipo de enema y otra con sus jeringas hipodérmicas. La del enema, dirigiéndose al viejo le dijo:
  • Voltéese.
  • Para qué, contestó, amargo el viejo.
  • Para ponerle un enema, repuso, la enfermera, mostrando la jeringa.
  • A mi? Gruño el viejo cascarrabias.
  • Si a Ud., conminó, enérgica la enfermera.

No hubo remedio, el viejo se volteo de mala gana. Y la enfermera le encajó el litro de enema, al irascible viejo.

La segunda enfermera que espectó la escena anterior, ordenó a su vez:

  • Señor, extienda el brazo izquierdo.
  • Otra vez yo? replico furioso el anciano. Y para qué?
  • Para sacarle sangre, señor, declaró la enfermera.
  • Con que fin hacen esto conmigo, arguyó el enfermo.
  • Para la “Prueba Cruzada”, subrayó la enfermera.

Pese a sus alegatos y rabieta, también le sacaron la sangre.

Horas después, aclaradas las cosas, no era al viejo, a quien tenían que ponerle el enema, ni sacarle la sangre sino a mi, que me operaban en las primeras horas de la mañana siguiente, dice Pablo.

Al cerciorarse de tamaño error, el huracanado anciano, se incorporó de la cama, en terrible actitud, con miras a meter, según decía, “La bronca del siglo”. Pero desgraciadamente, el implacable enema le obligó a retomar los pasos, hacia el cuarto de baño, con más celeridad de lo que su edad se lo permitía.

Mario y Pablo festejaron, varios días la bien escenificada anécdota. Sobre todo Mario, la rememoraba a cada instante, para seguir riendo a carcajadas, como era su costumbre, cuando algo le había gustado mucho.

Cumplido el plazo fijado, de días, horas y minutos, la junta semanal de médicos programó por fin, la operación de Mario, para el jueves 18 de enero. Nada de lo prescrito para la operación se omitió, ni siquiera el enema.

Solo faltaba que le extrajeran la sangre, para la “Prueba Cruzada”.

En estas circunstancias, cuando Mario conversaba con su hija alrededor de la 12 del día, y cuando Pablo estaba por almorzar, entró una enfermera a la habitación y acercándose a Pablo, le ordeno que extendiera el brazo izquierdo.

  • Señorita, aun no me operan a mí... Para qué la sangr
  • No se señor, solo puedo decirle, que tengo esta orden, para extraerle la sangre, eso es todo.
  • Si es así, ni modo, aquí va el brazo, dijo Pablo.

Mientras extraían sangre a Pablo; Mario y su hija comentaban en voz baja. No le estará pasando lo que al viejo de la anécdota?

Ante la duda, Maria Luz, salió para averiguar, porqué no le extraían sangre a su padre para la “Prueba Cruzada”, mucho mas, si faltaban solo unas horas para su operación.

Cuando se acercaba, al grupo de enfermeras, en que estaba la jefe, oyó que ésta amonestaba acremente a la enfermera que extrajo sangre a Pablo y no a Mario, quién debía operarse momentos después, a las dos de la tarde.

El nuevo error, que ocasionó otra anécdota a expensas de Pablo, esta vez; fue celebrada con gran alborozo, por Mario, su hija y el propio Pablo, hasta que llegó, su esposa Rocío, que al enterarse de lo acontecido se disgustó mucho y lamentó que lo festejaran el hecho. Puesto punto final al asunto anterior y cuando estaba en su apogeo, otro momento risueño, a cargo de Pablo y a costas de Mario esta vez, por la curiosa indumentaria con la que lo habían vestido para operario; como el “gorrito bebe” que le habían puesto y que le quedaba “coquetón” según Pablo; entraron las enfermeras que lo habían aderezado con la vestimenta festejada; a anunciar, que ya no lo operarían hasta el lunes 22 de Enero,

  • Mario desconcertado, preguntó; ¿Porqué señorita?
  • Porque el Dr. Lorena, se ha encontrado con sorpresas, en la delicada operación que viene realizando en este momento y que se supone tardará varias horas más.
  • Y terminada ésta operación, no me pueden operar, señorita?.
  • Por la hora no le conviene a Ud. Por otra parte Lourdes y el Dr. Lorena han acordado lo mejor para Ud.

Pese a esa respuesta de “lo mejor”; Mario y su hija quedaron decepcionados y hasta desolados por el contratiempo.

Luego entraron auxiliares de enfermería y desvistieron a Mario del atuendo que le habían puesto para operario. Y que a Pablo le parecía de panadero, cocinero, de mozo de hotel, de barchilón, etc.

Al día siguiente de la frustrada operación: Pablo se libró de otro pequeño error de la enfermera de turno. El se sabia de memoria sobre el color, olor y tamaño de las pastillas que le daban diariamente. Por lo tanto, le era fácil distinguir una extraña, entre las que le trajeron ese día. Al pasarle la enfermera las pastillas consabidas y otra nueva, Pablo exclamo:

  • Esta pastilla, parece una hostia señorita.
  • Es una oblea, repuso la enfermera.
  • Puede ser, esas dos de costumbre las tomo, pero esa otra no.
  • Porque sin confesión no acostumbro comulgar, bromeó Pablo.

La enfermera se fue con la presunta hostia y no regresó más.

Otro día Mario iba a ser “el agraciado” con el error de la enfermera. Le trajeron dos pastillas en lugar de la única (fenarol) que estaba tomando por esos días, según receta médica.

La enfermera de turno entró a la habitación y acercándose a Mario le dice:

  • Sus pastillas señor...
  • Mi pastilla dirá Ud. señorita, contesta Mario. Esta la tomo; pero esa otra no la he solicitado, ni me han recetado. Mucho más si parece un “supositorio”.
  • Pero el médico ha dispuesto que se la dé, recalcó la enfermera.
  • Muy bien. Pero para tomar ese supositorio por la boca, quiero ver antes la receta médica, señorita; porque sería la única y primera vez, que me pongan un supositorio por la boca.

Ante este alegato, la enfermera salió y tampoco volvió.

Experimentadas en carne propia y festejadas luego, jubilosamente, las anecdóticas confusiones o errores; cumplían éstos (los errores), sin intencionalidad o propósito, el benéfico papel de generador de optimismo y alegría de vivir... aun sufriendo. Anécdotas como las referidas y otras mil, servían a ambos amigos, para ampliarlos, tergiversarlos y variarlos en mil modos y formas, y luego colgárselos recíprocamente, o a otros, para jolgorio de las visitas.

Por todo ello, contemplado, enfocado, desde una perspectiva informativa, es fantástico, alucinante y asombroso, lo que ocurre y se vive en ese singular mundo del nosocomio.

La obra de los médicos en esos hospitales (excluidos los que solo tienen el nombre), no admite, por la gravitación en la vida humana, comparación de méritos, con los de otras profesiones, cualquiera sea el área.

Es indiscutible, que todas las profesiones y sus “profesantes”, cautelan a su modo, medida y rol, la compleja marcha y desarrollo de la sociedad humana. Todas las profesiones, participan, poco o mucho, necesaria o contingentemente en la realización integral del HOMBRE. Pero solo el Médico, tiene la capacidad y el privilegio, de desplegar la bandera de la salud y la vida, sobre los escombros del dolor y la muerte...

Siendo la vida y la salud, no únicamente el diseño, sino la arquitectura y vertebración de la existencia orgánica del hombre; es solo competencia de la naturaleza y del médico, generarla y restaurarla respectivamente.

Estando Mario, ocupado en semejante soliloquio, se presentó sorpresivamente en la habitación, el, médico Jefe del piso, Dr. Rubén Lorena, para indicarle, que había dispuesto, su traslado a la pieza unipersonal 13B-205, donde quedaría alojado, hasta el día de la operación.

La sorpresiva separación de los amigos por el traslado de Mario, entristeció a ambos ocupantes de la pieza; tanto que la despedida, por poco, no desemboca en llanto. Se abrazaron Mario y Pablo, y se desearon lo que dos hermanos, el uno para el otro querría, antes de partir con rumbo desconocido y tiempo indefinido.

Mario se marchó a la pieza unipersonal, con vista a la calle y encima de la puerta principal del Hospital.

En tanto a Pablo le trajeron, como compañero de cuarto a un enfermo muy grave.

Mario pasaba las horas en esta soledad y nueva situación, sin bromas ni chistes y sin más contacto con el mundo de los sanos, que las precarias y fugaces visitas de los parientes y amigos. Un sábado, dos días antes de la operación, por causas inexplicables y misteriosas de la vida, se apodera de Mario una súbita desesperación que le indujo a sollozar, como el más desdichado huérfano. Estando sumido en, este inmotivado llanto, se le presentó, de un momento a otro la señora Rocío, esposa de Pablo.

Al encontrarlo así, sorprendida y asustada la señora le pregunté el motivo de tal desconsuelo. Mario azorado y tratando de serenarse, respondió:

  • Me anuncia el corazón, señora Rocío, que algo malo está pasando a mi hija María Luz, lo presiento.
  • ¡Como!... -dijo ella- Ud. ejemplo de serenidad y buen humor, dejándose llevar por aprehensiones y corazonadas sin fundamento?.
  • La hora de visita de mi bija es a las 4. Nunca ha fallado. Ahora es las 5 y 30 aún no ha llegado. Algo pasa.

Ante semejante angustia de Mario, la señora ensayó, sus mejores recursos de persuasión, con el fin de disipar de su alma los sombríos presentimientos. Como poco lograba con este procedimiento, finalizó su visita, contándole dos nuevos chistes, por encargo de Pablo y se retiró, recomendándole tranquilidad, optimismo y alegría de siempre. Mario agradeció y simuló quedar convencido, con las abundantes razones de la noble amiga.

Pero no bien salió la dama, él reinició su interrumpida desolación y lágrimas, sin causa evidente.

Sin probar bocado de la comida de esa tarde , ya cerca a las 6 de la noche, trataba de algún modo meterse a la cama cuando apareció María Luz.

Padre e hija se miraron, escrutándose mutuamente. Cada cuál trató de descifrar en el rostro contrario lo que simulaba ocultar, sin poder hacerlo.

María Luz fingiendo alegría y serenidad, contó el motivo de su retraso y no pudo engañar a su padre. Ante su confusión y titubeos, él la conminó a que confesara lo que le había ocurrido en la tarde.

  • Nada me ha sucedido papi. Tuve que corregir, algunas actas de examen de la sección a mi cargo. Eso es todo.
  • Eso no es todo, ni parte, hija mía. Lo sé. Me lo dice el corazón y me lo ratifica la expresión de tu cara, tu mirada, tus ademanes…
  • Perdona papá la tardanza. Y te ruego que no me martirices, con ideas que te están haciendo sufrir sin razón.
  • Nadie tiene asegurada la vida; por lo tanto yo tampoco, y mucho más si debo operarme pasado mañana.
  • Y que me quieres decir con eso papi?
  • Que te acusará la conciencia, haberme mentido y no darme a saber por ti misma, lo que yo se, por mi corazón. Si deseas verme sereno y tranquilo, no me ocultes nada, de nada.

Ante la perentoria orden del enérgico viejo, María Luz no tuvo más que contar.

  • A fin de que nunca me hables de tu muerte, te cuento. Me han robado esta tarde todo mi dinero, mas el dinero que me diste a guardar.

Diciendo esto, llorando se abalanzó a su padre para acariciar su macilento rostro y blancas canas.

El silencio reinó en el ambiente, por unos instantes. Mario acariciaba y besaba la frente de su idolatrada hija. Luego, le dice a la hija:

  • Olvidaste en tan poco tiempo hija mía, lo que tu padre, piensa sobre este tipo de tragedias?...
  • No es que haya olvidado papi, temí y aun temo preocuparte en vísperas de tu operación.
  • Recuérdalo bien, que el dinero solo es un medio, no una meta para un luchador social. Por tanto su pérdida es lamentable, pero no irremediable, para ti, ni para mí.
  • Tampoco lo olvido eso padre. Pero hoy, los ladrones que me asaltaron en mi propia casa, nos aterrorizó a mi, a mi hija y a Rosita, que no atinamos a nada, sino gritar simultáneamente, mientras los ladrones después de traficar se llevaron, dinero y cuanto de valor encontraron en casa. Mis vecinos, como siempre en Lima; son indiferentes e impasibles ante hechos como éste. Ahora contarte esto, padre mió, me traía riesgos para ti y para mí, sin solucionar el problema del robo. Por eso quedamos con Rosita no darte a saber nada.
  • Convéncete bijita, que la revelación de tu “secreto” además de arrancarme el desasosiego, me inyecta optimismo y valor, para afrontar la operación de pasado mañana y aferrarme a la vida, para seguir luchando, por una sociedad sin opresores ni oprimidos, con justicia, trabajo, pan y sin ladrones...

Luego de cambiar de tema, recordando el pasado y proyectando para el futuro; padre e hija quedaron resignados y aun fuertes ante el infortunio inesperado, que hacía llorar a la hija y enlutaba al padre.

Las visitas de la tarde, con la alegría de su presencia, chistes, noticias y tomaduras de pelo, completaron lo que faltaba a la tranquilidad de padre e hija.

Para Mario, las horas del domingo 21 (vísperas de la operación) transcurrieron lentas y pesadas en la mañana. Y cortas y divertidas en la tarde, por la presencia de amigos y parientes. Pero las de la noche, fueron sin sueño e interminables.

El lunes en la madrugada, entre dormido y despierto, repasó la historia de sus vivencias de la niñez al presente, pensando que los minutos de hoy pudieran ser los postreros. Pues, como lo dijera, Clorinda Matto de Turner, célebre escritora cusqueña: “En la vida, lo único seguro es la muerte”.

Días antes, con el corazón sangrando, espíritu sombrío y cuerpo agónico, había escrito una especie de “Testamento”, dirigido a su adorada esposa, Nairut, leal y cariñosa compañera de todos los instantes. En dicho documento daba sus disposiciones postreras, sobre el uso y destino que debían dar a sus bienes materiales, literarios y musicales.

Ahora momentos antes de ir a la operación (quizá muerte) mentalmente abrazó y amó como nunca a sus seres queridos, lejanos e inasibles de la sierra, costa y selva.

Y sobre todo, al terceto idolatrado de la casa nativa del Cusco, que él construyó con sus propias manos, con sudor y lágrimas... alma y corazón, Nairut, Benjamín y Taniuskaya, esposa, hijo y nieta respectivamente, eran tanto mas queridos cuanto que ellos eran aún, los que mas necesitaban de sus sombra, tutela y apoyo paternal.. .

En medio de la desgarradora pena del presente, hizo el balance de sus errores y faltas cometidas por una parte y sus logros y realizaciones adquiridos por otra parte. Y descubrió que por la supresión de su vida quedaría inconclusa su máxima obra: La educación de su hijos.

Ahora ante la incertidumbre de lo que pudiera suceder en la sala de operaciones, deseó ardientemente la VIDA... para usarla, como el autor de: ASÍ SE TEMPLO EL ACERO, en beneficio de sus hijos, de su barrio, de su comunidad y de su patria.

A las 7 y 30 de la mañana se encontraba sereno y preparado, física y anímicamente. Llegaron las enfermeras y se lo llevaron a la operación tan esperada.

Dejado en su camilla en el cuadrangular ambiente, a donde convergían, las puertas de las habitaciones de las cuatro corredores de ese recinto, y colocado en la “cola”, de los pacientes que debían operarse esa mañana; a igual distancia de la vida y la muerte. Se percató, de lo que es, la soledad absoluta, la verdadera, la única y la intransferible, en medio del bullicio circundante...

Cuando estaba sumergido, en ese abandono total surgió la realidad a su lado, en forma alucinante de dos lindos ojos. Eran los de una gitana de tez morena, color de capulí. Y para colmo venturoso, de su vuelta a la realidad, la gitana quitándose, el níveo aditamento que le cubría la nariz y la boca, le dijo: “Tío soy tu sobrina Lourdes”. La célica voz de la sobrina, tuvo la virtud de retornarlo del mundo de los ensueños, al de la realidad concreta y doliente, del cual se estaba fugando antes de ver y oír los ojos y la voz de la sobrina tan oportuna y cariñosa.

Lourdes, que estaba enterada semanas antes, de la llegada de su tío Mario Luces al Hospital del Seguro, para someterse a una operación quirúrgica, lo visitaba casi a diario durante el internamiento pre-operatorio.

Sin embargo ahora, instantes antes de la operación, la voz familiar de Lourdes le pareció, música y poema, latido y caricia del corazón de su pueblo y sangre. Concluido el breve diálogo, con afectuosas palabras de aliento al tío, Lourdes volvió a ponerse la “mascarilla” de enfermera, y con otra enfermera pusieron en marcha la camilla de Mario hacia la Sala de Operaciones.

Dentro, habían hombres y mujeres, cubiertos de blancos mandiles, solemnes y silenciosos, impasibles y prolijos. Todo estaba listo. Todo consumado. Ahora tallaría el Destino junto con la Ciencia, por la Vida o Muerte de Mario.

Un anestesista y una enfermera, que no era Lourdes, se encargaron de someterlo a Mario a las variadas imprescindibles acciones pre-operatorias, con calina, paso a paso, sin prisa y sin pausa.

En los primeros instantes, fue testigo y objeto, sujeto y espectador de su inmersión en el “olvido” o paréntesis de vida, que la anestesia impone al hombre, en cuanto al libre juego de sus facultades mentales y físicas...

Horas después, cuando resucitó de ese esbozo de aparente muerte, el reloj de la pared, frente al cual lo habían colocado, después de la operación marcaba las dos de la tarde Lourdes que había sido encargada por la familia y principalmente por María Luz, de anunciar el resultado de la operación de su padre; no bien despertó éste, del sopor anestésico se acercó y le dijo:

  • Tío cómo te sientes?
  • Me duele la garganta, repuso el tío.
  • Ahora te traigo un remedio, le contestó.

Dicho esto Lourdes se dirigió al teléfono, para dar aviso a los familiares y María Luz, del éxito de la operación, ya que el enfermo había despertado lúcido y en uso de sus cinco sentidos; tanto que sentía el dolor de garganta por la anestesia.

La noticia transmitida al Cusco, causó inmenso júbilo, al terceto inconsolable del lejano hogar, así como al resto de familiares y amigos.

Después de 30 minutos de haber despertado, Mario fue vuelto a llevar al cuarto de donde lo sacaron, en la mañana, para operario.

Llegado al piso 13, en la puerta de la habitación, se encontraba la hija con el rostro demacrado y tatuado por dolores inherentes a los torturados en calvarios inevitables, que la vida impone en cualquier momento a cualquier ser.

María Luz en las lacerantes horas después de la operación, acompaño a su padre, hasta el último minuto permitido a las visitas. Al día siguiente, también logró ingresar al hospital muy temprano. La primera. Esto para el padre, constituía un sedante y tratamiento, insustituible, eficaz...

Cumplidos ocho días de convalecencia y recuperación normal, Mario fue dado de alta por el eminente cirujano Dr. Rubén Lorena, Director del piso de Neuro-cirugía.

El viejo luchador, músico, escritor, periodista y poeta, tuvo el privilegio especial, de ser operado por el célebre cirujano a instancias y gestiones de su hija María Luz y sus sobrinas Elsa y Lourdes, influyente enfermera que trabajaba en la sala de operaciones, como se ha dicho.

El Dr. Rubén Lorena sintetizaba en si, lo que todas las grandes personalidades nuclearizan, bondad y comprensión humana, Ciencia y Técnica quirúrgica. Ética y sencillez, sin alardes ni vanidad. Por otra parte, como funcionario, su gran ascendencia moral, imponía su autoridad. Su probidad y honestidad de hombre y profesional, infundía en el personal del piso a su cargo, más afecto que temor, más responsabilidad que rutina.

Fueron pues las manos de éste probo y experto profesional, las que liberaron a Mario, de sus viejos achaques de la columna vertebral.

Sin embargo los múltiples éxitos quirúrgicos el célebre médico no se los adjudicaba, todos para si. Los compartía en alguna forma, con el selecto equipo de médicos y enfermeras que lo acompañaban. Entré éstas Lourdes, que al decir de él, era una enfermera, exigente y severa consigo misma, como con el personal que estaba a su cargo en la sala de operaciones.

La solicitada enfermera Lourdes Vivanco, era de talle cimbreante, busto elegante, alta y espigada, tez morena de aclla cusqueña, frente despejada, pelo negro y ondulado, paso ágil, y fácil sonrisa.

Mario tanto por su constitución orgánica, como por la magnifica intervención quirúrgica, no sufrió complicaciones pos-operatorias, de ningún tipo. Para complacencia propia y familiar.

Al quinto día de convalecencia, en la visita diaria médica pidió a sugerencia de su hija, un triple examen: Urológico, de la vista y del oído. Los médicos sin poner reparo a la solicitud, formularon la orden respectiva, ante los consultorios pertinentes.

Al día siguiente de la solicitud, en el Consultorio Otorrino, Mario se encontraba esperando al rededor de hora y media; cuando vio entrar por fin al Consultorio a un señor de mandil blanco, que había estado dando vueltas por los alrededores, hacía una hora. Tenía pinta de boxeador y voz de tenor de zarzuela.

Una enfermera que apresuró el paso, al ver entrar a dicho señor, en el consultorio, de pasada le dijo a Mario:

  • Qué espera?...
  • Otorrino señorita.
  • Un momentito.
  • Ni modo.

Luego de un breve diálogo de la enfermera, con el boxeador u otorrino, que entró antes, salió la enfermera, a empujar la silla de ruedas de Mario, hasta ponerlo frente del robusto personaje; que pese a todo, era otorrino.

Este sentándose en su taburete, cerca a la silla de Mario, le preguntó:

  • Qué sientes?
  • Estoy ensordeciendo.
  • De los dos oídos?
  • Principalmente del izquierdo Dr.
  • Aja, desde cuándo?
  • Desde hace. unos cinco años.

Sin más interrogatorios, se encasquetó en la cabeza, un aparato que para el efecto usan los otorrinos y empezó a examinar, los dos oídos. Terminado esto, sin otro comentario, indicó a la enfermera con la mano, que le alcanzara un instrumento, especie de chisguete. Con ese aparato entre ambos le hicieron un lavado brutal de oídos. Dejándolo, al final mas sordo que una tapia. Pues si al entrar oía con un oído; ahora no oía con ninguno.

Tras el inmisericorde lavado, la enfermera llamó por teléfono al piso 13, para que vinieran a llevarlo al sitio de origen, “al sordo Mario Luces”. Antes de que lo llevaran, éste indagó el porqué de la sordera total, pero no escuchó lo que le contestaron el otorrino y la enfermera.

Al siguiente día de lo ocurrido en Otorrinolaringología, un auxiliar de enfermería, vino a notificarle, que se alistara; pues lo iba a conducir al Consultorio de Urología, conforme la orden médica expedida a solicitud suya.

Mario pensando que su ausencia de la habitación causara inquietud a su hija, que todos los días venia a las 12; se fue a la habitación de Pablo, contigua a la suya a dejarle un encargo para su hija. Pero a las primeras palabras, Pablo le informó que también a él lo llevaban en ese instante a Urología.

Por consiguiente, los “patas” Mario y Pablo, “compañeros de armas” en percances hospitalarios, ahora irían a compartir las sorpresas de Urología. Ambos amigos desplazados en sus sillas de ruedas por un solo muchacho fueron bajados por ascensor al piso 11. Aquí el muchacho los dejó, frente al consultorio, donde en esos momentos curaban, a un operado de la próstata.

El espectáculo cruento y rojo, por la sangre, no sirvió para estimular los deseos de Mario y Pablo para que les hicieran igual curación o examen.

La larga espera, cercana a los tres cuartos de hora, en el ventoso pasadizo, incrementaron los dolores de Pablo, hasta lo insoportable, El no estaba operado aún de la hernia como Mario. En vista de ello, éste se acerco a la puerta del consultorio, a solicitar que si fuera posible, aceleraran el examen Urológico de Pablo, ya que se retorcía de dolor. Ofrecieron hacerlo.

  • Por fin pasados otros tres cuartos de hora, una enfermera llamó: Pablo Valer.
  • Presente dijo él.

Entonces la enfermera vino hacia él y empujando su silla de ruedas lo condujo dentro del Consultorio Urológico, Mario que se quedó en el corredor observaba por la entreabierta puerta lo que estaba ocurriendo dentro, con su “pata”.

No pudo escuchar el diálogo entre el médico y Pablo.

Luego lo desplazaron tras un mueble, con aspecto de escritorio. Le bajaron el pantalón y calzoncillos, que cayeron hasta el suelo. Gesticuló de dolor cuando lo forzaron a agacharse. Luego estando él en esa posición la enfermera calzándose unos guantes gruesos y amarillos, le metió uno o dos dedos en el ano. Exploraba los recovecos réctales, con miras según, se dice, a establecer lo que hubiera de anormal en la próstata.

Concluido el manipuleo anal; la enfermera conversó o informó algo al médico, que leía unos papeles. Este sin mucho apuro, se levantó de la silla, se calzó sus guantes, e inició por su parte, una nueva incursión anal. Pablo, sufría terriblemente con el manipuleo, tal como lo indicaba la expresión de su macilento rostro.

El médico después de reconstruir, el manipuleo rectal, que la enfermera había hecho antes, se dio al parecer por satisfecho. No así Pablo, a quién no le quedaba ánimo ni para levantar su pantalón y calzoncillo.

El galeno, con pinta de Drácula, una vez que se hubo quitado los guantes. volvió a dialogar algo con Pablo.

Escribió unas líneas, en la Historia Clínica del examinado.

Y firmó. Tras ello, se quitó el mandil y salió del Consultorio.

A estas alturas la espera del impaciente Mario, ya registraba más de dos horas, cuando lo volvieron a su lado al maltrecho y casi desfalleciente Pablo.

Mario habiendo experimentado en cabeza ajena, lo que es un examen Urológico y ante la perspectiva de seguir esperando, para que al final lo dejen como a su compañero llamó a la enfermera de Urología, para que dispusiera, la vuelta al piso de origen, tanto a él, como a Pablo, pues él se negaba a someterse a algún examen similar al soportado por Pablo.

Las varias causales alegadas por Mario eran que había esperado ya mucho; que ya le habían dado de alta; que tenían que sacarle los puntos; que vendrían del INC trayendo su “haber”; que esperaba llamada telefónica del Cusco, etc., etc.

La enfermera por su parte, apoyada “incondicionalmente” por Pablo, presentó sus razones y alegatos, para someterlo a disciplina y al examen prostático.

Ante la terminante decisión de Mario de no hacerse examinar, vanas resultaron, las recriminaciones, reproches y hasta amenazas de las enfermeras que acudieron alrededor del “rebelde”.

Este como buen serrano dijo “manan”, y no quedó nada ni nadie, que lo convenciera para hacerse examinar como Pablo; quien “sádicamente”, sugería a las enfermeras que era necesario que lo examinaran también a él que lo había solicitado.

Tras un buen rato de alegatos en pro y contra, Mario y Pablo, fueron devueltos a su piso y cuartos respectivos. En el trayecto a sus cuartos, en el ascensor, venían comentando las incidencias de lo acontecido a uno y otro. Divertido para Mario y penosísimo para Pablo, quien lamentándose decía: “que tal vaina”. Yo no pedí ninguna consulta urológica; simplemente expuse que tenía un pequeño dolor al orinar y me llevan al examen, mejor dicho a la tortura. Tú solicitas el examen y el final te escapas. No te dejas examinar. Y tan campante.

  • Mario interrumpiendo -le dice- y que querías que hiciera después de ver el procedimiento “científico” en tu examen prostático. No me quedaba otra alternativa que fugar, y no me arrepiento.

Cuando llegaron al piso 13 y salieron del ascensor, Mario no vio que su hija María Luz esperaba en la puerta de la habitación. Ella enterada ya del asunto en urología, no bien lo saludó, empezó a “cafetearlo” a su padre. Pues ella quería, según lo manifestaba desde semanas antes, que el autor de sus días saliera del hospital “nuevecito”.

El sermón de la hija “le resbalo” al viejo. Quien bromista como era, empezó a relatar pícara y jocosamente, los pormenores del examen anal, de Pablo, quien no lo había solicitado. Y su propia fuga del examen anal, llamado Urológico y que él lo había solicitado, por presiones de su hija.

Después del último almuerzo en el hospital, Mario se despidió del personal de turno. Dijo adiós a este lúgubre recinto del dolor, donde unos se reencuentran con la vida, mientas otros se abrazan con la muerte…

Luego entró donde Pablo a despedirse y desearle los mejores éxitos en la operación, en la vida y la amistad.

Seguidamente con un postrer abrazo sellaron la eterna amistad, surgida, en el dolor, la soledad y la incertidumbre de lo que vendría... Brillantes cristales de dos lagrimones iridiscentes surgieron en los ojos de los dos amigos, por partir uno con destino incierto y quedar otro con destino reservado...

Salió Mario de la habitación de Pablo, tomado del brazo, por su hija. Entraron al ascensor. Cuando llegaron al primer piso se abrieron sus puertas. Mario salió lentamente, siempre agarrado del brazo de María Luz.

Cerca a la gran puerta metálica que se interpone entre la población y el Hospital, se encontraba, el incomparable hermano, amigo y colega Enrique Rincón, no muy lejos de su hermoso Ford negro. Esperaba risueño y optimista al viejo colega de la vida y las lides periodísticas.

Mario subió al carro amigo, con ayuda de María Luz.

Enrique prendió el motor y arrancó lentamente, suavemente... Rumbo a Ignacio Merino 531.

Ahora redivivo iba a sumergirse nuevamente, en el tráfago atroz de la vida. Atrás quedaban, los cuarenta días sobrevividos en el Hospital, entre la vida y la muerte, entre el llanto y la risa, entre la TRAGEDIA Y LA ESPERANZA.. Entre la Realidad y el Ensueño…

1ra. Edición “Canciones, Versos y Prosas” Cusco 1985